Cette interview en espagnol par Paolo Caruso est parue sous le titre Conversaciones con Lévi-Strauss, Foucault y Lacan, à Milano, U. Murcia & C, 1969 et à Barcelona, Ed. Anagrana, 1969 (?). Nous vous en proposerons une traduction en français à la suite du texte espagnol, pp. 95-124.
(95)Antes que nada, quisiera que me
precisara el sentido de este «retorno a Freud», sobre el que usted tanto
insiste.
Mi
«retorno a Freud» significa simplemente que los lectores se preocupen por saber
qué es lo que Freud quiere decir, y la primera condición para ello es que lo
lean con seriedad. Y no basta, porque como una buena parte de la educación
secundaria y superior consiste en impedir que la gente sepa leer, es necesario
todo un proceso educativo que permita aprender a leer de nuevo un texto. Hay
que reconocerlo, antes no se sabía hacer otra cosa, pero al menos se hacía
bien; en cambio, actualmente tampoco podemos decir que sabemos hacer otras
cosas, aunque estamos convencidos de ello; no basta con hablar de método experimental
para saberlo practicar. Sentado esto, saber leer un texto y comprender lo que
quiere decir, darse cuenta de qué «modo» está escrito (en sentido musical), en
qué registro, implica muchas otras cosas, y sobre todo, penetrar en la lógica
interna del texto en cuestión. Se trata de un género de crítica que no soy el
único que la practica de una manera específica ; basta abrir un libro de
Lévi-Strauss para darse cuenta de ello. La mejor manera de practicar la crítica
sobre textos metodológicos o sistemáticos es la de aplicar al texto en cuestión
el método crítico que él mismo preconiza.
(96)Así, al aplicar la crítica
freudiana a los textos de Freud, se llegan a descubrir muchas cosas.
¿Existe
algún punto en el que se sienta usted alejado de Freud? Por ejemplo, al hojear
su libro «Écrits», que acaba de aparecer, he visto un ensayo que se titula Más allá del principio de realidad, que
es una paráfrasis del Más allá del
principio del placer freudiano; esta paráfrasis, ¿tiene un matiz polémico o
es solamente una declaración de
fidelidad ?
No. No
tiene ningún matiz polémico; ¡cuando lea el artículo podrá ver! que en él no
hay nada de extra-freudiano y la paráfrasis precisamente quiere poner esto de
relieve. Más allá del principio de realidad quiere decir que lo que Freud llama
«principio de realidad» se ha entendido simplemente como «realidad»: todo el
mundo sabe lo qué es la realidad, la realidad es la realidad… Pues bien, no es
así. Fijándose mejor, cuando se lee a Freud se descubre que el «principio de
realidad», formando pareja con el «principio del placer», no significa de una
manera simple el principio que aconseja adaptarse,
por ejemplo.
En
todo caso, usted no quiere ser sólo un intérprete, un exégeta de Freud.
Si sólo
lo soy o no, son los demás los que deben juzgarlo. A mí, esto me basta.
Leer
su libro es una empresa muy ardua. Incluso los lectores muy preparados
reconocen que algunas partes son indescifrables. ¿Cómo explica usted que su
estilo resulte tan elíptico?
Es
indispensable destacar que en las líneas que abren mi collección de escritos,
empiezo por hablar de estilo,
utilizando el slogan de «el estilo es
el hombre». Es evidente que no
puedo contentarme con esta fórmula, que se ha convertido en un lugar (97)común
apenas ha sido inventada. Referida a un determinado contexto de Buffon adquiere
un sentido distinto. En aquel breve texto preliminar ya doy una indicación
elíptica de lo que quiere decir «función del estilo jádico», estilo que precisa de la relación de toda estructuración
del sujeto en torno a determinado objeto, que después es lo que se pierde
subjetivamente en la operación, por el hecho mismo de la aparición del
significante. A este objeto que
se pierde lo llamo objeto en minúscula y en la praxis analítica interviene
estructuralmente de una manera avasallante, porque un analista no puede dejar
de dar una importancia «primaria» a lo que se llama la relación de objeto. Para dar una ilustración a quienes no
hubieren oído hablar nunca de esto, podemos referirnos a un «objeto», el seno
materno, que todo el mundo conoce, al menos vagamente, por su sentido, por lo
que tiene de mórbido la misma utilización de la palabra «seno»; el seno
hinchado, turgente, lleno de leche, al constituir un signo fantasmático, se valoriza
más o menos eróticamente; y en cambio, por otra parte, esta valorización
erótica del seno resulta bastante misteriosa, puesto que no se trata del seno
materno sino del seno en sí mismo; y digo que es «misteriosa» porque es un
órgano que, después de todo, en su estética es poco aferrable para asumir un
valor erótico particular. El análisis ha aclarado todo esto, al referirlo a
algunas fases del desarrollo, al valor privilegiado que aquel objeto pudo
adquirir para el sujeto en su fase infantil. Pero si nos referimos a otros
objetos igualmente conocidos aunque menos agradables, todo el análisis de la estructura, es decir, de las constantes significantes en cuya base se
encuentra la función (que es
secundaria respecto a la estructura), todas las incidencias múltiples,
repetitivas, que determinan que se recurra continuamente a este objeto,
demuestran claramente que no se puede explicar en modo alguno su presencia
verdaderamente dominante en la estructura subjetiva, atribuyéndole solamente un
valor vinculado a la génesis. Hablar de fijación, como se hace en algunos sectores
particularmente retrógrados del psicoanálisis, ya no es satisfactorio, porque
se ha llegado a constatar que, (98)sea cual fuere la importancia
teórica que se atribuye a este concepto, según interesen más o menos las
formulaciones teóricas (incluso en el caso de estar muy alejado de mi
formulación teórica particular, que es calificada de estructuralista), la relación del objeto revela un valor tan
prevalente, en forma consciente o inconsciente, que llega a demostrar la
necesidad de este objeto. El cual, sin duda no es un objeto como los otros y la
dialéctica de la objetivación y de la objetividad, aunque siempre ha estado
vinculada a la evolución del pensamiento filosófico, por sí sola no basta para
explicarlo. En cierto modo, este objeto esencialmente es un objeto perdido. Y no sólo mi estilo en
particular, sino todos los estilos que se lean manifestado en el curso de la
historia con la etiqueta de un determinado manierismo – como lo ha
teorizado de una manera eminente Góngora, por ejemplo –son una manera de
recoger este objeto, en cuanto estructura al sujeto que lo motiva y lo
justifica. Naturalmente, en el plano literario, esto exigiría unos desarrollos
enormes que nadie ha intentado todavía; pero en el momento en que suministro la
fórmula más avanzada de lo que justifica determinado estilo, a la vez declaro
su necesidad ante un auditorio particular, el auditorio de los analistas. Yo he
promovido sistemáticamente algunas fórmulas de estilo propio, para no eludir al
objeto; o, más exactamente, me siento más a gusto en ellas, para dirigirme, a
nivel de la comunicación escrita, al público que me interesa, el de los
analistas. Esta simple nota basta para destacar que no se trata de eludir una
cosa, que en nuestro caso específico es el complejo o sea, en último análisis,
una carencia; en todo caso, la
elipsis no es el meollo de este estilo sino otra cosa a la que nos introduce el
término «manierismo» que he usado antes; en este estilo hay otras cosas –otros
modos independientes de la elipsis – y por otra parte, yo no tengo nada de
elíptico, aunque no hay estilo que no imponga la elipsis, ya que verdaderamente
es imposible describir nada sin elipsis. La pretensión de que «todo quede
escrito», si fuera realizable daría lugar a una ininteligibilidad absoluta. Por
ello, esta especie de reconocimiento que hago de la (99)relativa
díficultad de mi estilo, no la subrayo demasiado, ya que la experiencia me
demuestra que, dado que no he conseguido formar
(y el término es exacto) a un auditorio, que en cualquier caso será un
auditorio de practicantes, en la medida en que no los he formado aún para la
comprensión de unas categorías que no son usuales, mis artículos pueden parecer
oscuros a primera vista. Además, los primeros artículos que figuran en este
libro, aun cuando en el momento de su primera publicación en revistas podían
parecer oscuros, en general, unos años más tarde no sólo resultaban
comprensibles para todo el mundo, sino incluso de fácil comprensión; y se puede
observar que en el fondo, contienen alguna cosa que se transmite a nivel del
estilo. Para mí esto es una confirmación. Le he dado una respuesta difícil,
pero no veo el motivo para darle otra, ya que ésta es exacta.
Según
usted, ¿qué relación hay entre la relación de objeto y las relaciones entre
sujetos (o intersubjetivas)?
Evidentemente,
aquel objeto particular que llamo objeto a minúscula no adquiere su incidencia en
la intersubjetividad sino a nivel de lo que se puede llamar la «estructura del
sujeto», teniendo presente que el término sujeto se articula y precisa por
medio de determinados nexos formalizables según los cuales, en su origen el
sujeto es efecto del significante. Es la incidencia del significante la que
constituye el sujeto, al menos el sujeto definido, articulado en la incidencia
en la que se interesa, es decir, el sujeto que nos es necesario para dar lugar
a la realidad. Porque es el orden el que determina el inconsciente. En la
medida en que precisamos de un sujeto que no nos lleve a metáforas banales ni a
franjas de error para definir al inconsciente, esta estructuración del sujeto
nos obliga, por así decirlo, a no considerarlo cortado de la misma «tela» que
el objeto a minúscula. «Tela» es un término que hay que entender literalmente.
Por principio nos referimos aquí a algo que nos ha inducido a construir en
estos últimos años una topología. Por lo tanto, la relación del objeto no (100)se
coloca a nivel de la intersubjetividad en cuanto ésta, por ejemplo, queda
implicada en la dimensión de la «reciprocidad» (en la psicología de Piaget la
intersubjetividad es absolutamente fundamental y trascendental). Ha sido
preciso comenzar por determinar la clase de forma, de modelo burdo, en que se
articulaba el pensamiento de «los analistas médicos» (que son gente, puedo afirmarlo,
«a quienes faltan muchas dimensiones de cultura»). En el período de entreguerra
se introdujo la noción de intersubjetividad, como una especie de barrera de
humo, o como un puente hacia lo que es un problema de otra especie, para
quienes se hayan tomado la molestia de leer a Freud: el de la estructura
intrasubjetiva. Pero precisamente el término, en cuanto contrapone inter e intra, nos puede conducir a un camino sin salida, a
identificaciones aproximativas; por ejemplo, a considerar estructuras como las
que introdujo Freud con tanta precisión de matices y con tanta finura, que son
las que nos proponemos elaborar, considerar como el ego, el ideal del ego, el
super-ego, como unidades autónomas funcionando dentro de quién sabe qué
sistema, quizás de un «ámbito común» no mejor identificado (y que convendría
llamar «sujeto»). Y hoy vemos quienes, con este motivo, creen que hacen
progresar el psicoanálisis, llamándolas, según el contexto anglosajón, self. Es preciso promover estructuras infinitamente más complejas, que
permitan dar cuenta del resultado del análisis. Como fuere, no podrían en modo
alguno fundamentarse en el concepto de «totalidad» que algunos autores, y
autores célebres y aun ingeniosos en el campo analítico, han promovido para dar
pruebas de no sé qué clase de apertura mental, o para poner à la page, a la moda, unas ideas que en
campo fenomenológico están más o menos en el aire. En realidad, (no hay nada
tan contrario a la experiencia específicamente analítica), y a la vez tan apto
para ocultar su verdadera originalidad. En una palabra, la relación de objeto
se sitúa, no en el plano intersubjetivo, sino en el de las estructuras
subjetivas, que en todo caso serían las que nos conducirían a las cuestiones de
la intersubjetividad.
(101)Al hablar de relaciones
intersubjetivas me refería, más que a Piaget, a la tercera parte de L’Être et le Néant de Sartre (que usted
cita en un ensayo de su libro). Es decir, que me refería sobre todo al sentido
de «dialéctica existencial» y de «mirada objetivante».
Como ya
he podido señalar al tratar del término intersubjetividad, en lo que se refiere
a la estructuración subjetiva se podría articular en forma bastante precisa lo
que separa mi «formalización» de la «formalización» del juego de las
conciencias de Sartre (aunque él probablemente no aceptaría el termino
«formalización»). He indicado que aquel texto sartriano es extraordinariamente
rico de síntesis muy brillantes y sugestivas, por ejemplo, de lo «vivido» en la
relación sádica, y en general, de determinado tipo de relaciones calificadas de
«perversas». Desde el punto de vista clínico, sería muy fácil demostrar que
todo esto es sencillamente falso, porque no basta con hacer una especie de
producto sintético, una síntesis artificial de algo sobre lo que se tienen
datos de comprensión recogidos no se sabe dónde, sin duda de una introspección
propia; no basta, decía, con reconstruir correctamente la estructura. Por
ejemplo, aquella forma de viscosidad, a nivel de algunas intencionalidades
corruptas de que habla Sartre, no forma parte, en modo alguno, de lo que se
puede observar en los auténticos sádicos.
En
una palabra, es literatura.
Una
literatura muy seductiva, estimulante, extraordinaria y que en verdad sirve
para sugerir la exigencia de su control; es decir, es una especie de
iniciación, una experiencia ejemplar.
Pero
cuando se controla se descubre que es falsa.
Sí, y
para que se pueda explicar precisa una estructuración muy distinta.
(102)¿Su reproche se limita a L’Être et le Néant, o cree usted que se
puede extender de una manera general a la impostación fenomenológica del
problema?
Vea
usted, yo no debo hacer ningún reproche global a la fenomenología; la
fenomenología puede ser muy útil según a lo que se aplique. Por otra parte, se
puede decir que hay tantas fenomenologías como fenemenólogos. Pero ahora me
refería a la fenomenología que se perfila en algunos capítulos de L’Être et le Néant, y en los que Sartre pretende captar una
experiencia vivida, como ejemplo de erotismo perverso. El resultado tiene una
gran calidad y por sí solo ya justifica el que se deba recurrir a una
formalización que no se limite al registro de la intersubjetividad de L’Être et le Néant.
Usted
se ha referido a la relación que nos liga al seno materno, relación que ha sido
analizada por Melanie Klein y sus discípulos. ¿Qué juicio le merece esta
escuela post-freudiana? ¿Qué sentido tiene su «retorno a Freud», teniendo en
cuenta que usted no rechaza en bloque las sucesivas aportaciones a las
formulaciones freudianas?
Refiriéndonos
a Melanie Klein no podemos hablar de ningún modo de psicoanálisis
post-freudiano, a no ser que demos al prefijo «post» un sentido meramente
cronológico. «Post-freudiano» quiere decir que se ha llegado a una etapa
ulterior, de la misma manera que se habla de una época post-revolucionaria (que
nadie ha visto aún). Se puede decir: la revolución ha terminado y los problemas
que se plantean son de otra índole; pero estamos muy lejos de esta situación.
Melanie Klein se mantiene en el surco de la experiencia freudiana y el hecho de
que sostuviera polémicas con Anna Freud no quiere decir que no fuera freudiana,
y casi más freudiana que la otra. En sí, el psicoanálisis del niño es un campo
que presenta dificultades de relación muy especiales respecto al psicoanálisis
freudiano. Podríamos (103)decir que el anna-freudismo viene a ser la
introducción masiva de una estructura pedagógica dentro de la experiencia
específicamente analítica, en cambio Melanie Klein conserva la pureza de tal
experiencia, en el mismo nivel del psicoanálisis infantil.
¿Utiliza
usted e1 término «pedagógico» en sentido ético-formativo?
Propiamente
no, sino más bien en el sentido de una investigación que tienda a fundamentos,
a técnicas, a procedimientos que tengan una finalidad normativa, que hagan
pasar la experiencia vivida del niño por una serie de fases típicamente
educativas. Estas finalidades estructuran la experiencia directa de Anna Freud.
Melanie Klein mantiene en el niño la pureza de la experiencia y centra su
investigación en el descubrimiento, en el sondeo y en la manipulación del fantasma. Es indudable que ha hecho verdaderos descubrimientos, que pueden
llamarse post-freudianos en el sentido de que se han añadido a las experiencias
de Freud. Pero, por otra parte, también es indudable que los ha expresado en
términos que teóricamente son atacables, porque en cierto sentido resultan
demasiado adheridos a su empirismo y no pueden asumir toda su situación exacta.
Así, por la manera en que Melanie Klein teoriza la función del fantasma en sus etapas primitivas, por
todo lo que se refiere al cuerpo de la madre y a la inclusión precoz del Edipo
como tal entre los fantasmas del recién nacido, lo único que se puede decir es
que se trata de teorías tan insostenibles que llegan a inspirar respeto. Quiero
decir que resulta admirable que estos fenómenos la obliguen a forjar teorías
impensables y que ella acepte forjarlas, ya que en definitiva, las teorías se
han de someter a los hechos. Desde luego, más adelante las teorías se hacen más
inteligibles y convincentes, por la intervención del que teoriza. Pero ante
todo es preciso registrar, como lo hace Melanie Klein, el dato observado,
aunque a nivel del empirismo «un dato no se define por sí mismo» (esto nos
llevaría lelos). En otros términos, los frutos de la (104)experiencia
de Melanie Klein y de su escuela se quedan en resultado alcanzado.
En
todo caso, un resultado freudiano.
Ciertamente.
Y perfectamente integrable en términos freudianos. Aunque yo no me he dedicado
a él de una manera especial.
Y
en el psicoanálisis post-freudiano, ¿ve usted aportaciones sin ser de Freud?
Muchas.
Por ejemplo, el psicoanálisis aplicado a las perversiones. Quiero decir que la
verdadera estructura de las perversiones como a tales se ha de considerar
post-freudiana. Algunos fenómenos muy elaborados, como la función del objeto
transicional descubierta por Winnicott, son elementos absolutamente positivos
que han sido introducidos en la experiencia y que tienen una función muy
precisa en la teoría. Además, hay una gran afición a investigar el
psicoanálisis de la psicosis, que sin duda es post-freudiana. Pero vamos
comprobando que estas investigaciones resultan más eficaces cuando se les
aplican instrumentos propiamente freudianos.
Por
otra parte, con su «retorno a Freud», usted pone en guardia implícitamente
contra autores, libros, teorías que, según usted, corrompen el sentido
originario del freudismo.
Podría
poner muchos ejemplos.
Cíteme
algunos.
Como se
sabe, la mayor parte de lanzas las he roto contra los círculos dirigentes de la
Sociedad Psicoanalítica Internacional, que después de la guerra me han colocado
en una situación muy (105)especial. Mi oposición es categórica,
agresiva, y se acentúa ante una teoría y una práctica totalmente centradas en
las doctrinas llamadas «del Ego autónomo», que dan a la función del Ego el
carácter de una «esfera sin conflictos», como se le llama. Este Ego, en
substancia viene a ser el Ego de siempre, el Ego de la psicología general, y en
consecuencia, nada de lo que pueda discutirse o resolverse sobre él es
freudiano. Simplemente, es una manera subrepticia y autoritaria, no de incluir
el psicoanálisis en la psicología general como pretenden, sino de llevar la
psicología general al terreno del psicoanálisis, y en definitiva de hacer perder
a éste toda su especifidad. Aquí me veo obligado a hacer un resumen poco
preciso. No puedo insistir sobre lo que representa el grupo de Nueva York,
constituido por personajes que provienen directamente del ambiente
alemán –Heinz Hartmann, Loewenstein, Ernest Kris (que ha muerto)– los
cuales, por así decirlo, se han aprovechado de la gran diáspora nazi para
imponer en América, con toda la autoridad que derivaba del hecho de proceder de
aquel lugar benemérito, una cosa absolutamente adecuada a una sociedad que, en
este aspecto, estaba esperando que los Magos la intimidaran. Para sus
teorizaciones encontraron incluso excesivas facilidades, surcos demasiado
trazados por una tradición, para no extraer beneficios extraordinarios de
carácter personal. En una palabra, se trata de una traición muy clara a lo que
continúan siendo los descubrimientos peculiares de Freud.
Pero
cuando se habla de psicoanálisis en América, los no especialistas piensan sobre
todo en otros exponentes. Por ejemplo, en Marcuse y en Norman Brown.
Marcuse
es una personalidad cultural muy simpática e ingeniosa. Sin tener una auténtica
autoridad científica, basada en una experiencia psicoanalítica personal, ha
tenido la audacia de imaginar y de someter a juicio las prácticas e incluso los
principios de nuestra sociedad a nivel, por así decirlo, de un oros más (106)sano.
Es preciso reconocer que sus doctrinas no tienen una gran importancia desde el
punto de vista especulativo. Es cierto que siguiendo esta dirección ha podido
desarrollar análisis particulares y proponer perspectivas iluminadoras, para
explicar algunos aspectos de nuestra práctica social, en especial en el campo
de las costumbres, y con cierta dosificación cuando aborda el problema del
erotismo. Son teorías muy interesantes en el aspecto descriptivo, pero que no
conducen ni a un análisis estructural auténtico ni a ningún resultado
utilizable en la transformación de algunos aspectos de nuestra civilización.
Nuestra
civilización parece cada vez más condicionada por una serie de procesos
inertes, y además por cierto tono difundido, por así decirlo, gracias a una
especie de economía del erotismo; elementos regidos por leyes que están muy
lejos de poder ser individualizadas por medio de simples especulaciones
teóricas.
¿Cree
usted entonces que el intento de aplicar el psicoanálisis a la civilización y a
la historia (y a la antropología, siguiendo las huellas de Géza Roheim) está
destinado al fracaso?
No,
pero sería conveniente examinar las cosas a nivel más radical, aunque sólo
fuera para entender el sentido en que se puede ejercer un control de cualquier
especie de los fenómenos, en el plano de la colectividad.
¿Y
basándose en Totem y tabú y en Moisés y la religión monoteísta, usted
ve la posibilidad de aplicar el freudismo sin que sea una pura elucubración
teórica?
Es muy
posible, pero no de una manera inmediata.
Y,
¿qué piensa de Norman Brown?
Brown
es un buen ejemplo de cómo puede hacerse una obra perfectamente aireada, sana,
eficaz, inteligente, reveladora, con (107)la sola condición de que
un ingenio no prevenido (en efecto, Brown no se había ocupado nunca de estos
temas) se tome la molestia de leer a
Freud, de la misma manera que se leen otras
cosas cuando no se está cretinizado previamente por mixtificaciones de baja
vulgarizacion. Por ejemplo, hay gente que habla de Darwin sin haberlo leído
nunca: lo que comúnmente se llama «darwinismo» es un tejido de imbecilidades,
en el que no se puede decir que las frases que se citan no hayan sido extraídas
de Darwin, pero que no son más que unas cuantas frases cosidas, con las que se
pretende resolver todo, y en las que se describe la vida como una gran lucha y
en la que todo funciona con el predominio del más fuerte. Basta abrir a Darwin
para darse cuenta de que las cosas son algo más complicadas. De la misma manera
que hay una lectura de Freud, la que se enseña en los institutos de
psicoanálisis, que impide leer a Freud con cierta garantía de autenticidad. Y
entretanto, un recién llegado, que obtiene una beca de estudios de la W.W.L. para
que escriba algo sobre Freud –desde luego, alguien que no sea un
estúpido – de repente escribe un libro revelador. «Esto es lo que
significa Brown. Esto y nada más».
En
sus Écrits figura un importante
ensayo dedicado al «tiempo lógico»; y en general, el problema del tiempo es un
tema clave de sus investigaciones. ¿Podría usted resumir los términos del
planteamiento?
Todavía
estoy muy lejos de poder abordarlo con toda la amplitud de implicationes con
que podré hacerlo en el futuro. El tema del tiempo me toca muy de cerca, en
primer lugar, porque como todo el mundo sabe, yo hago un uso muy variable de la
referencia temporal. Por ejemplo, yo no me someto al standard temporal que
suele utilizarse de una manera estereotipada en la práctica psicoanalítica.
¿En
qué sentido?
(108)En el sentido cronológico y
terapéutico. Quiero decir que los psicoanalistas suelen hacer durar las
sesiones unos 45 minutos, y después se paran. El hecho de que la mayor parte de
los analistas sigan este criterio, como una referencia básica sobre la que se
debe trabajar, sin que exista posibilidad alguna de discutirla, es un fenómeno
muy curioso. Yo creo que el analista, por el contrario, ha de conservar su
libertad, entre otras cosas, para utilizar una sesión breve o prolongada según
le convenga.
Es
decir, de cinco minutos a tres horas.
Sí. Es
él quien debe decidir el por qué. Aun cuando se han aducido muchos argumentos
sobre esta cuestión, resulta increíble, exorbitante, que sea preciso ofrecer
pruebas concluyentes. En todo caso, deberían ser los que creen, Dios sabe por
qué, que el standard ha de ser de 45 minutos, invariable y obligatorio, los que
deberían justificar esta invariabilidad. Y en cambio, no se han podido dar
explicaciones distintas del «todos lo hacen así». Esta costumbre fue copiada,
transcrita de Freud quien, no obstante, cuando la transmitió tuvo mucho cuidado
en señalar sus reservas diciendo, poco más o menos: «yo lo hago así porque me
resulta cómodo y si otro quiere seguir un criterio más cómodo para él, puede
hacerlo tranquilamente». Desde luego, ésta no es la manera de debatir la
cuestión, porque decir «lo hago así porque me resulta cómodo» no es ningún
argumento. Freud dejó el problema sin solución. Sobre la «dosificación» del
tiempo está todo por decir.
Pero
evidentemente, cuando usted me formulaba su pregunta no pensaba en este
«tiempo». Sólo he querido referirme a este punto porque para mí es muy grave y
no veo la razón de evitarlo. Y con mayor razón porque nadie lo afronta, como si
tuvieran miedo de quedarse sin un terreno sólido en el que apoyarse en la
práctica. Me sabe mal dejarlo porque podría explicar muchas cosas. Pero tampoco
puedo evitar de insistir sobre ello porque en muchas ocasiones, cuando no se me
ha podido atacar (109)respecto a la doctrina, me han atacado en este
terreno. En realidad, da lo mismo que lo haga así o de otra manera; como en
cualquier caso los demás también lo harán a su manera, ¿qué puede importarles
que yo utilice esta práctica? Es tan cierto esto que algunas personas que yo he
formado según este criterio han sido recibidas con los brazos abiertos en la
Sociedad Psicoanalítica Internacional, con la única condición de que votaran
contra mí en determinada circunstancia. Esto ha bastado como autorización
total.
Volviendo
a la pregunta de antes…
Es
cierto que existe un tiempo que no es el de la inercia psicológica, o de
la transmisión nerviosa, sino el tiempo de la transmisión intelectual; ahora,
mientras hablo, usted emplea cierto tiempo para darse cuenta de lo que le digo,
aunque es difícil medirlo. Pero no es éste tampoco el tiempo que le interesa…
Al
contrario, me interesa muchísimo.
Sí, es
muy interesante, pero tampoco es el tiempo «analítico». Mejor dicho, es
analítico en el sentido de que, cuando levanto un vaso, por ejemplo, noto su
peso: en este sentido todo lo es. En cambio, basándose en las funciones del
inconsciente el tiempo específicamente
estructural está constituido por el elemento de «repetición». Justamente
ahora se comienza a explorar si se trata de una temporalidad ligada
esencialmente a la constitución como tal, a la llamada «cadena significante».
Estamos en el plano del ritmo, de la cadencia, de la interpunción, de los
grupos temporales en los que se pueden hacer distinciones propiamente
topológicas –de grupos abiertos y grupos cerrados, por ejemplo. Lo que una
frase es en sí, lo que comporta la unidad esencial de la frase por el hecho de
ser un ciclo cerrado y como consecuencia, un cumplimiento posterior con efectos
de carácter retroactivo, todos éstos son temas que apunto continuamente en la
dialéctica (110)que desarrollo, pero que aún no he aislado como
problemas autónomos en un capítulo dedicado al problema de la temporalidad; ni
he creído que la mejor manera de exponerlos fuera «seriándolos» con base en
categorías intuitivas, según los modos de la estética trascendentalista. He
introducido una nueva dimensión en el tiempo lógico, la de la «precipitación
identificadora», como cosa que en el fondo se autodetermina y que solamente
puede actuarse en cierto modo que llamo del a-tiempo lógico. Mi contribución es
muy original y entre los especialistas de lógica hubiera podido provocar un
gran interés si éstos no trabajaran a un nivel «no saturado» como el que
trabajan, dedicándose únicamente a la constitución de sistemas formales. Pero
cuando se reintroduzca la noción de sujeto en cuanto implica la dimensión del
sujeto freudiano en su reduplicación profunda y originaria, la división
inaugurante que es la del sujeto como tal, solamente podrá ser establecida por
la relación entre un significante y otro significante que es consecuencia
retroactiva del primero; de hecho, el sujeto
propiamente es lo que un significante representa para otro significante.
Aquí radica, se inaugura el fundamento propio de la subjetividad, en la medida
en que se puede deducir la necesidad de un inconsciente
no transponible en cuanto a tal, de un inconsciente que no puede ser vivido de
ninguna manera en el plano de la conciencia. Cuando estas cosas hayan sido
teorizadas adecuadamente, es decir, cuando se haya puesto en evidencia la
«estructura topológica», podremos establecer con mayor libertad las bases de
una lógica pre-subjetiva, o sea de
una lógica que surja en la frontera de la constitución del sujeto.
En
términos sencillos, esta estructura, ¿es una verdad más acá del tiempo?
No. No creo que pueda ser interpretado
así. Yo también creo que la verdad siempre está encarnada. El ámbito de la
verdad y el del saber sólo comienzan a distinguirse cuando en verdad el verbo
«se hace carne». La verdad es lo que resiste
al saber.
(111)Por lo tanto, para usted la
verdad no es una cosa que se sitúe en el tiempo.
No.
Sólo puedo concebir un ámbito de la verdad en donde hay una cadena
significante. Si falta un lugar en donde pueda manifestarse lo simbólico, nada se
puede proponer como verdad. Es lo real, con toda su opacidad y con su carácter
de imposible esencial, y sólo cuando entramos en el ámbito de lo simbólico
puede abrirse una dimensión de cualquier clase. La verdad difícilmente puede
ser calificada de dimensión porque en el fondo, todo lo que decimos es verdad
en cuanto lo decimos como verdad; incluso en el caso de que haya cierto matiz
de falsedad, no se trata propiamente de falsedad precisamente porque lo decimos
como verdad; la verdad no tiene ninguna clase de especifidad.
¿Ni
en el plano metodológico? Cuando usted introduce sus tres registros –simbólico,
imaginario, real –, ¿no creé que corresponden a tres órdenes de la
existencia?
Desde
luego. Aunque creo que, con toda probabilidad, lo simbólico es perfectamente
perceptible y aún está prefigurado en lo real. Sólo parto de aquellos tres
registros porque me parece que es indispensable separarlos a nivel de la praxis
analítica. Si a nivel de mi praxis analítica no se hacen distinciones entre lo
que se refiere a lo simbólico, a lo imaginario y a lo real, inmediatamente se
cae en todas las viejas ideas místicas, es decir, que lo simbólico es la
naturaleza que se pone a cantar, que ya desde la época de las primeras amebas
se esperaba el acontecimiento de que el hombre se convirtiera en pensamiento
puro, en una palabra, los mitos que siempre están a punto para reintroducirse
en nuestra experiencia analítica para hacerla ceder a la fascinación y a las
seducciones de las metafísicas más usadas, que ya no es necesario combatir sino
poner entre paréntesis, para analizar correctamente lo que sucede a nivel de
nuestra praxis. A nivel de (112)nuestra praxis todo funciona en el
orden simbólico, y podemos observar que de las palabras, sobre todo de las palabras dichas en aquellas
condiciones, es imposible que surja nada verdadero; por lo cual, si surge algo
de verdaderamente eficaz, manejar la palabra probablemente quiere decir agitar
un registro importante, que normalmente no se maneja de una manera rigurosa, en
una palabra, quiere decir que se hace intervenir todo lo que es más
genuinamente originario, en el ámbito del lenguaje. Es cierto que el lenguaje
es una cosa ya estructurada; a Sartre le gusta definirlo como lo
práctico-inerte, ello forma parte de su filosofía, no veo inconveniente. Pero
es extraordinariamente necesario subrayar que las estructuras fundamentales del
lenguaje –las que se encuentran a nivel del análisis lingüístico más moderno,
por ejemplo, las de la formalización lógica – vienen a ser coordenadas que
permiten situar lo que sucede al nivel del inconsciente, es decir, permiten
afirmar que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Y no se trata de una analogía, sino que quiero decir
que su estructura es exactamente la
misma del lenguaje. Por lo demás, esto resulta evidente para quienes se tomen
la molestia de abrir una obra de Freud. Cuando realiza un análisis del
inconsciente, a cualquier nivel, Freud siempre hace un análisis de tipo
lingüístico. Freud había inventado la nueva lingüística antes de que ésta
naciese. Usted me preguntaba en qué me distinguía de Freud: en esto, en el
hecho de que yo conozco la lingüística. Él no la conocía, y por lo tanto no
podía saber que lo que hacía era lingüística, y la única diferencia entre su
posición y la mía estriba en el hecho de que yo, abriendo un libro suyo, en
seguida puedo decir: esto es lingüística. Puedo decirlo porque la lingüística
apareció pocos años después del psicoanálisis. Saussure la comenzó poco después
de que Freud, en La interpretación de los sueños, hubiera
escrito un verdadero tratado de lingüística. Esta es mi «distancia» de Freud.
¿Es
por esta razón que en la conclusión al fragmento de (113)su
Conferencia de Viena, que se publicó
en la «Quinzaine», usted declaraba: «si queréis saber más, leed a Saussure»?
Exactamente.
Pero tenga en cuenta que el fragmento que usted cita y ha leído en la
«Quinzaine» no se puede separar de su contexto, como sucede con los libros
sagrados. No fui yo quien separó aquel fragmento. Lo hicieron mientras estaba
en América y lo dieron como pasto al público. Entendámonos, no es que me
desagrade, porque creo que es un texto bien escrito. Pero no se puede separar
de su contexto. Colóquelo usted de nuevo en «Choses freudiennes» y verá el sentido que adquiere.
Usted
usa con frecuencia términos musicales, como «registro» y dice que el logos se
ha de encarnar.
Un
momento. Cuando hablamos de verdad a nivel psicoanalítico, no es a propósito
del lenguaje sino de la verdad. En psicoanálisis, la verdad es el síntoma. En donde
hay un síntoma, hay una verdad que se abre camino.
Pero
donde hay síntoma, hay lenguaje.
Absolutamente
de acuerdo. Pero por un momento he creído que usted me hablaba de la verdad
como si yo me estuviera refiriendo a la Verdad…
No,
no. Yo pensaba que lo que usted decía no hace mucho (y que es un tema central
en todos sus escritos) de buscar una salida que no sea solamente una empiria, como en el caso de las
investigaciones de Melanie Klein, y a la vez que no sea el logos separado de la
empiria. Para poner un ejemplo,
pensaba en la música, que es sonido y a la vez estructura, vía de salida, y a
lo que se refería Kant con la noción de
esquema trascendental.
(114)Si usted quiere… Así es, sin
más. En otros términos, yo atiendo a los datos estructurales. Pero debo
precisar que en el término «dato» ya hay el término estructura y que en cualquier campo científico los datos son
tomados en consideración dentro del marco de una estructura: no hay datos en
bruto. Un dato es algo que ya se recoge en el ámbito de una «falsilla» (como
usted ha dicho: no rechazo este término, aunque no me resulta familiar).
Por
lo tanto, ¿usted impostaría de esta manera las relaciones entre lo «vivido» y
lo «lógico»?
Creo
que la substancia de lo vivido es lo lógico y que este famoso «vivido», en el
fondo es una noción… cómo decirlo…
¿Abstracta?
Bueno,
hasta cierto punto, sí; se presta a toda clase de abusos.
¿En
la medida en que usted se refiere a una cosa inefable, inexpresable en términos
lógicos?
Yo
estoy dispuesto a admitir lo inefable, vivimos en lo inefable. Pero si es
inefable, no hablemos de ello. Tomemos como ejemplo el deseo –hay toda una
dialéctica del deseo y de la demanda –, no importa que no pueda ser
articulado a su nivel fenoménico, que es absolutamente vinculante: no hay nada
tan insistente como el deseo. Se trata de saber para qué sirve. Yo llego hasta
aquí: yo tengo una teoría que explica para qué sirve el deseo. Es una
escalerilla que nos permite encaramarnos y superar los límites fijados por el
principio del placer. Pero no basta que el deseo no sea inefable por naturaleza
–y verdaderamente no es inefable desde el momento que no busca sino su propia
teorización: se hacen miles de cosas para sugerir cuál es nuestro deseo –,
digamos inarticulable en su especifidad
para todos: el (115)hecho de que no sea articulable no implica que
no esté articulado sino al contrario, está suspendido en articulaciones que
surgen en otra parte, al nivel de la demanda.
Forma
parte de un sistema.
Exactamente.
Lo repito: el hecho de que no sea articulable no significa, como
convencionalmente se cree, que no esté perfectamente articulado. Si no
estuviera articulado no podríamos hacer nada con él. En tal caso sería adecuada
la vieja noción de «tendencia». Esto demuestra y justifica con bases
biológicas, la diversidad radical entre el deseo y lo que podríamos llamar «la
vía del instinto» (si es que existe). Además, esto nos permite poner en duda,
por efecto de una especie de retroacción, a nivel biológico, las pretendidas
«funciones instintivas». Nadie se toma la molestia de discutirlas porque parece
que han de existir, dado que funcionan. Pero éste no es un argumento válido:
podrían «funcionar» por muchas otras razones.
Así,
¿cree usted que la dimensión del instinto es reducible?
No llego
a tanto. Pero observo que si hacemos un estudio científico del comportamiento
de los animales, es decir, si nos dedicamos a la etiología, llegaremos a
instaurar categorías fundadas en correlaciones, precisas: por ejemplo, podemos
suscitar una conducta gracias a ciertas reproducciones elementales que sirven
de «anzuelo»: basta con agitar en el aire un trozo de tela que se parezca a la
cabeza de un ave de presa, para que las gallinas se pongan a chillar y se
escondan; de esta manera estudiamos la etiología animal. De esto a decir que
existe un instinto de fuga ante el ave de presa no hay más que un paso. Es
preciso aprender a poner en duda, no la naturaleza, sino el hecho de poder
hablar de ello con una tranquila desenvoltura en el plano científico.
En
este caso, ¿niega usted la existencia del «instinto»?
(116)Ya nadie cree que exista, en
ningún campo científico, salvo algunos psicoanalistas particularmente
retrógrados. Freud, por ejemplo, nunca habló de instintos. Siempre habló de impulsos. Le aconsejo que relea las
páginas de Freud dedicadas a los impulsos: verá usted que se trata de una cosa
tan poco «natural» como lo pueden ser los «collages» de los surrealistas.
Quiero decir que los cuatro elementos que Freud distingue en los impulsos
–fuente, empuje, objeto y fin – no pueden ser, más heteróclitos y
heterogéneos entre sí. Se comprende ahora cuán grave ha sido traducir el
término alemán «Trieb» por
«instinto»: «Trieb» nunca ha significado instinto. Y no puede servir
de pretexto decir que en lengua francesa no existen otros términos para
traducirlo, salvo aquél tan disonante de «pulsión». En inglés han encontrado
una cosa mejor, «drive» y en italiano
(y en español) «impulso» es mejor que «pulsión». Pero ninguno de estos terminos
llega a dar el sentido adecuado de «Trieb».
Volviendo
al problema del tiempo, no sé si usted conoce las Investigaciones lógicas de Husserl. ¿Cree usted que este tipo de
investigaciones no interesan?
Un
poco.
Porque
allí también se plantea.el problema del tiempo a nivel de la constitución.
De
todas maneras, observe lo siguiente. Se podría decir y se ha dicho, y está
escrito por la misma pluma de Freud, que el inconsciente no conoce el tiempo
por cuanto su repetición y su insistencia en cierto sentido convierte «al deseo
en indestructible» –y es la última frase de La
interpretación de los sueños. Por lo tanto, lo inconsciente es algo que
«insiste», que viene de las profundidades del pasado, que en cierto sentido
nada puede satisfacer ni modificar: es un elemento completamente paradojal, que
parece ir contra toda referencia biológica. La insistencia en la repetición
inconsciente es una cosa que es preciso reelaborar (117)en las
categorías del tiempo, que es distinto del simple fluido temporal y que quizás
no permite dar al tiempo un valor tan radicalmente originario como en las Investigaciones lógicas de Husserl.
Yo no
he dicho nunca que el tiempo sea inalienable. A este propósito, yo recurro con
frecuencia y me resulta muy cómodo y práctico, a aquel articulito sobre el Tiempo lógico que usted ha observado
entre mis Écrits (cuando lo lea se va
a divertir); siempre me sirvo de él como de un utensilio rudimentario pero
nuevo, que se aplica bastante bien a su función. Naturalmente, no pretendo
haber hecho todas las construcciones necesarias. Si, como se suele decir, «Dios
me da vida», me queda mucho por hacer, porque muchos puntos clave de mi teoría
aún no están resueltos. Es cierto que la idea de sistema no me resulta extraña;
sólo que no pretendo haber constituido un sistema cerrado, cosa que, por otra
parte, no me habría permitido revivir el sentido de la experiencia freudiana. Y
le he de confesar que el inconsciente del cual me debo ocupar como teórico
también es el inconsciente encarnado de las resistencias de los psicoanalistas
al inconsciente. De hecho, todas las evoluciones post-freudianas (en sentido
cronológico) del psicoanálisis son la consecuencia de un gran rechazo del
inconsciente.
En
definitiva, ¿un fenómeno histórico-cultural?
Sí. Un
fenómeno que me he visto obligado a afrontar, en especial en la fase que
podríamos llamar del «descubrimiento del sujeto», que es tan esencial en
nuestra ciencia que quizás no habría surgido nunca sin una correcta situación
del sujeto. De la misma manera que el cogito cartesiano fue un momento esencial
en el desarrollo de la ciencia, la fase del descubrimiento del sujeto, a otro
nivel, de lo imaginario, la he calificado como «estadio del espejo». Para mí, estas referencias tienen un
carácter biológico. Quiero decir que, si usted lee bien mi articulito, titulado
precisamente Estadio del espejo, verá
que el fundamento de la (118)captura a través de la imagen
especular, a través de la imagen de lo semejante, y su carácter de
cristalización captivante, lo que se llama la «cristalización narcisística del
hombre», se encuentra en un hecho biológico, ligado a los hechos biológicos que
Bolk describió como premaduración del nacimiento, como, por así decirlo,
retraso, mantenimiento de la constitución anatómico-embrionaria, en el hombre
vertebrado. La corteza cerebral es una corteza embrionaria, y en la anatomía
del hombre es específica. El «estadio del espejo» se entiende en una acepción
biológica.
Ahora
que estamos en este terreno, ¿puede usted aclarar lo que entiende exactamente
por «descentramiento del sujeto»?
Yo
nunca he utilizado esta expresión. Como Freud, he hablado de Spaltung, de división del sujeto.
Pero
al tratar de esta teoría, muchos la entienden como un «descentramiento»
substancial. Por ejemplo, Sartre en la entrevista que concedió a la revista
«Arc».
Ya lo
sé. En realidad se trata de un «escindirse». Para enunciar estas teorías me he
valido, como siempre, de mi experiencia clínica. No es preciso recurrir a Freud
para darse cuenta del fenómeno por el cual un sujeto es capaz de tener dos
auténticas series de defensas en un solo punto de importancia capital, de las
cuales una deriva del hecho de admitir este punto como resuelto en cierto
sentido y la otra serie, exactamente paralela a la primera, en sentido
diametralmente opuesto. Cada serie tiene su proliferación propia. Esta
experiencia es tan corriente que se puede decir que es la base misma de lo que
hay de más fundamental en el hombre, la «creencia». La creencia siempre es, a
la vez, no creer en algo. Esta «escisión» del sujeto, absolutamente esencial
para él, está tan vinculada a nuestra experiencia cotidiana que quizás valdría
la pena de promover una tipología que (119)la explicara. Es lo que
intento hacer y he cristalizado en torno a ella todas mis referencias (por
ejemplo, la que he llamado bandas de
Moebius, permite explicar cosas muy interesantes). Hasta el punto de que me
pregunto si no estoy llegando a la verdadera substancia del fenómeno.
¿Usted
supone que ha sido sobre todo su concepción del sujeto la que ha suscitado
tantas polémicas y tantas resistencias sobre su pensamiento? ¿Qué piensa usted
de las controversias de las que ha sido protagonista?
Probablemente
podrá decirse que la consistencia, y el retraso, de mis construcciones
teóricas, está relacionada con los conflictos y con las luchas históricas que
me he visto obligado a sostener. No me refiero aquí a Heinz Hartmann y a los
demás, no voy a ser yo que voy a sacarles de sus sillones de Nueva York, tan
confortables; no es éste el verdadero adversario «cultural» de mis teorías: son
mis propios discípulos. Le aseguro que es con ellos con los que debo pelearme;
no se imagina usted las reacciones personales que suscitan en ellos mis
esfuerzos para conseguir que trabajen y entiendan algo; los problemas de este
orden son los que prácticamente me absorben. Usted diría quizás que se trata de
obstáculos «culturales», y en el fondo yo prefiero llamarlos «históricos», con
la venia de Sartre, el cual se imagina… Oh, es increíble. En su entrevista
publicada en «Arc» le preguntan: «En la actitud de la generación más joven
respecto a usted, ¿ve alguna aspiración común?». Contestación: «Una tendencia
general dominante (porque el fenómeno no es general) es la del rechazo de la
historia». Pero, ¿es que la historia se identifica con Sartre? En mi libro se
pueden hallar muchas observaciones sobre la historia. Yo soy un historicista
más radical que muchos que se proclaman a sí mismos como tales, con la
diferencia de que la Historia, la Gran Génesis pseudo-marxista que les sirve de
guía y todas las tonterías de este género, me hacen reír. He vivido bastante
para ver surgir cosas que nadie hubiera sido (120)capaz de imaginar,
como por ejemplo, el nazismo. Cosas a las que los que se llaman a sí mismos
cultivadores de la Historia, con toda su prosopopeya, con todo su «bagage», con
todas sus «claves interpretativas», no han podido siquiera dar un principio de
explicación. No me hable de la Historia divinizada. Si hay una Musa
completamente periclitada, ésta es Clío.
¿Cuál
es su posición respecto a las relaciones entre psicoanálisis y moral social?
Entre sus Écrits hay un artículo de
criminología (Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en la
criminología) que creo que me permite plantear el problema.
Durante
todo un año he dirigido in seminario dedicado a la Ética del psicoanálisis. Mediante la introducción de la experiencia
psicoanalítica –del deseo inconsciente, por ejemplo – he intentado
investigar los problemas éticos en términos nuevos respecto a las posiciones
éticas tradicionales. Así, he podido enunciar algunas tesis, como la de la
dimensión «entre dos muertes», completamente original, y en la que delineo
formas de comportamiento irreductibles a la simple manipulación de la
experiencia psicoanalítica. Basándome en la teoría que usted llamaba hace poco
del «descentramiento del sujeto», he intentado hacer algo semejante a lo que
hizo Aristóteles, con la misma seriedad: he intentado rehacer la ética
siguiendo un procedimiento análogo (por experiencia) al de la Ética a Nicómaco. Sería
un poco difícil presentarle un catálogo de lo que he hecho durante un año de
lecciones. Puedo decirle que ha dado lugar a un volumen que, en su tiempo, ya
fue aceptado por las Presses
Universitaires de France. No lo dejé publicar, porque pensé que era
prematuro: en opinión de algunos amigos, determinadas teorías que allí sostenía
podían impedir mi ingreso en la Sociedad Psicoanalítica Internacional. El
ingreso me fue vedado de todas maneras, pero por lo menos puedo decir que no
fue por causa de aquella publicación. Tarde o temprano lo publicaré; quizás con
retraso, pero usted ya sabe que tengo un criterio muy particular sobre el
tiempo. «Mi vida, como la (121)de mucha gente que ha hecho algo, ha
sido una larga y paciente espera». El texto de la Ética del psicoanálisis en realidad fue redactado por un alumno mío
y es un resumen completo de mis cursos. No
obstante, ya no corresponde exactamente a mis posiciones actuales y por lo
tanto, espero que un día u otro tendré tiempo para escribirlo de nuevo. Con
todo, esta Ética del psicoanálisis,
que saldrá en fecha próxima, consiste en un seminario, como los que dirijo cada
año, de unas treinta lecciones muy elaboradas, cada una de las cuales dura dos
horas y cuyo contenido se transcribe integralmente por estenografía y es copiado
a máquina: ya veremos qué reacciones suscitará. Evidentemente, puede interesar
a un público bastante extenso, pero se desenvuelve en un plano rigurosamente
psicoanalítico, por lo que, a fin de cuentas, sólo los psicoanalistas serán los
depositarios de lo que pueda contener de verdad.
Según
usted, ¿cuáles habrían de ser las principales consecuencias de una aplicación
radical del psicoanálisis a la moral objetiva, a la moral social?
No he dicho nunca que se tratara de una
moral social.
La
llamo así para distinguirla de la moral de intenciones, del sentido de culpa,
etc.
No creo
que el psicoanálisis llegue a eliminar el sentido de culpa.
No,
es cierto, pero no se trata de eso.
Pero
quiero precisarlo, porque hay mucha gente que cree que el psicoanálisis va a
liberar a la humanidad de la culpabilidad. La
culpabilidad, querido amigo, es la principal protección contra la angustia. Y
como para esto va muy bien, sería un
verdadero error renunciar a ella.
(122)Pero, ¿cuáles van a ser los
efectos lejanos de un psicoanálisis freudiano aplicado correctamente a la
criminología?
En la
pequeña relación que usted citaba antes he delineado las contradicciones
actuales de la criminología. En gran parte se deben a las manipulaciones del
delito, a través de las cuales se manifiesta la insuficiencia de las
instituciones vigentes, que llegan al extremo de no saber reconocer la
autonomía de la dimensión delictuosa. Al no saber juzgarlo, se confían al
psiquiatra, a quien no corresponde juzgar, y por una especie de contrasentido
permanente, acaban utilizando lo que el psiquiatra les dice. ¿Cómo lo utilizan?
De la manera que les parece mejor. Así, cuando un «delito» les parece demasiado
grande para no espantar a todo el mundo, condenan sin piedad, aunque el
psiquiatra diga que se trata de un irresponsable (entre otras razones, porque
siempre hay otros psiquiatras que declaren que es responsable). En otras
palabras, de momento reina una arbitrariedad total. Y en el fondo, esto es lo
que quería decir en mi reseña sobre la criminología.
Usted
no pretende haber resuelto nada.
No. En
absoluto. Me basta con señalar que existen problemas que impiden totalmente el
mantenimiento de determinados límites aristotélicos. Incluso para la mentalidad
común hay una serie de comportamientos que quedan excluidos del campo de la
moral, por ejemplo, las perversiones más graves, las que pertenecen a la esfera
de la «monstruosidad» o de la «bestialidad». Pero no se trata en absoluto de
esto: incluso en las perversiones estamos condicionados por el hecho de ser
individuos parlantes, lo que implica una extensión de la
racionalidad, a pesar de todo. Y esto es lo que caracteriza de momento al
psicoanálisis: extiende el campo de lo racional. Lo que no significa que se
hayan resuelto todas las ecuaciones, sino solamente que existen ciertas
perspectivas que es preciso tener en cuenta, valiéndose de los medios (123)fuertes,
incluso en una humanidad que comience a darse cuenta de estas cosas. Dependen
de factores ajenos a la racionalidad, que conciernen más bien al ámbito de las
instituciones, o que afectan a elementos que tienden a considerarse como los
más nobles y que en realidad son los más oscuros: por ejemplo, la preocupación
por la autonomía personal, el estatuto personal. Cuanto más nos adentramos en este
ámbito estructural particular, más tímidos nos volvemos. Puede estar seguro de
que si se hace algo de revolucionario en este campo, no será a través del conocimiento psicoanalítico. El
conocimiento psicoanalítico puede preparar el terreno, pero las transformaciones
llegarán por otras vías, más inertes, es decir, que se producirán a través de
las nuevas formas de «constreñirse» a que nos obligará el desarrollo de las
ciencias. Si hay algo que puede forzar a modificar las costumbres, es el
desarrollo de las ciencias. Cuando haya algunas cosas que no sólo serán
transmitidas sino que se convertirán en fruición común a nivel de las cesas
comunes –como ha sucedido con la televisión y con otros descubrimientos
técnicos de esta especie; o como el hecho de que no pueda suceder nada en
ningún rincón del mundo, que no se transmita inmediatamente a todo el
resto – la necesaria reforma de las costumbres tendrá lugar a nivel de
fenómenos como éstos. Pero esto no quiere decir que algunas viejas estructuras
se replantearán, y que incluso pueden quedar vigorizadas. Veamos por ejemplo,
lo que sucede en la Iglesia Católica. La vieja Iglesia Católica no creo que
esté realmente muerta, y creo que sabrá servirse muy bien de algunas
innovaciones, y quizás llegará a conseguir destacar algunos aspectos de su
decrépita «sabiduría». Comprenda usted que yo trabajo en un campo pequeño,
valiéndome de una praxis muy precisa, y viendo los efectos que produce sobre
todo el mundo y en particular sobre los que la practican; he de establecer un
determirado número de relaciones con un rigor
parecido al de los sistemas lógicos. Aparentemente se trata de pequeños
senderos que no nos pueden llevar muy lejos y que, en cambio, llevan más lejos
de lo que se cree. El principio al que quiero someterme es el (124)que
expresa la fórmula de Freud: «la voz de
la razón es baja, pero dice siempre lo mismo». «Quizás parezca que me estoy
divirtiendo haciendo filigranas, pero esto sólo es un expediente para despertar
a la gente»: para nosotros los psicoanalistas, esta dimensión del despertar es
absolutamente primaria, entre otras razones, porque nos lo enseña la
experiencia. A fin de cuentas, incluso en el hombre que se cree más «racional»,
el síntoma tiene algo de tórpido, que nosotros hemos de transformar en un signo
del despertar. Esto nos impone una extrema vigilancia y un trabajo constante.
Nous vous proposons une traduction de l’interview ci-dessus dont nous nous n’avons pas trouvé de trace de publication, ni de notes en français. Un passage de l’interview est traduit dans l’ouvrage de Jorge Baños Orellana, De l’hermétisme de Lacan. Figures de sa transmission, Paris, E.P.E.L. 1999, page 92, et comporte quelques différences avec la traduction ci-dessous.
Avant tout, je voudrais que vous précisiez le sens de ce « retour à Freud » sur lequel vous insistez tant.
Mon « retour à Freud » signifie simplement que les lecteurs se préoccupent de savoir ce que Freud veut dire, et la première condition pour cela c’est qu’ils le lisent avec sérieux. Et ça ne suffit pas, parce que comme une bonne partie de l’éducation secondaire et supérieure consiste à empêcher que les gens sachent lire, tout un processus éducatif qui permette d’apprendre à lire de nouveau un texte est nécessaire. Il faut le reconnaître, avant on ne savait pas faire autre chose, mais au moins on le faisait bien ; en revanche, actuellement nous ne pouvons pas dire non plus qu’on sache faire d’autres choses, bien que nous en soyons convaincus ; ça ne suffit pas de parler de méthode expérimentale pour savoir pratiquer. Cela étant posé, savoir lire un texte et comprendre ce qu’il veut dire, se rendre compte sur quel « mode » c’est écrit (au sens musical), dans quel registre, ça implique beaucoup d’autres choses, et surtout de pénétrer dans la logique interne du texte en question. Il s’agit d’un genre de critique que je ne suis pas seul à manier d’une manière spécifique ; il suffit d’ouvrir un livre de Lévi-Strauss pour s’en rendre compte. La meilleure manière de manier la critique sur les textes méthodologiques ou systématiques c’est celle d’appliquer au texte en question la méthode critique que lui-même préconise.
Ainsi, en appliquant la critique freudienne aux textes de Freud, on en arrive à découvrir beaucoup de choses.
Existe-t-il un point sur lequel vous vous sentez éloigné de Freud ? Par exemple, en feuilletant votre livre Écrits, qui vient de paraître, j’ai vu un essai intitulé « Au-delà du principe de réalité » qui est une paraphrase de l’Au-delà du principe de plaisir freudien ; cette paraphrase a-t-elle une nuance polémique ou est-ce seulement une déclaration de fidélité ?
Non. Ça n’a aucune nuance polémique, vous verrez quand vous lirez l’article ! qu’il n’y a rien d’extra-freudien, et la paraphrase veut précisément mettre ça en relief. « Au-delà du principe de réalité » veut dire que ce que Freud appelle « principe de réalité » se comprend simplement comme « réalité » : tout le monde sait ce que c’est la réalité, la réalité c’est la réalité… Bon, ce n’est pas comme ça. En faisant mieux attention, quand on lit Freud, on découvre que le « principe de réalité » qui fait la paire avec le « principe de plaisir » ne signifie pas simplement le principe qui conseille de s’adapter, par exemple.
En tout cas, vous ne voulez pas seulement être un interprète, un exégète de Freud.
Si je suis seulement ça ou pas, ce sont les autres qui doivent en juger. À moi, ça me suffit.
Lire votre livre est une entreprise très ardue. Même les lecteurs très préparés reconnaissent que certaines parties sont indéchiffrables. Comment expliquez-vous que votre style reste tellement elliptique ?
Il est indispensable de souligner que dans les lignes qui ouvrent ma collection d’écrits, je commence par parler de style, en utilisant le slogan « le style c’est l’homme ». C’est évident que je ne peux pas me contenter de cette formule, qui est devenue un lieu commun à peine a-t-elle été inventée. Référée à un contexte déterminé de Buffon elle acquiert un sens différent. Dans ce bref texte préliminaire, je donne déjà une indication elliptique de ce que veut dire « fonction du style Jacques a dit [jadico]* », style qui a besoin de la relation de toute la structuration du sujet autour d’un objet déterminé, qui ensuite est ce qui se perd subjectivement dans l’opération, par le fait même de l’apparition du signifiant. Cet objet qui se perd, je l’appelle objet petit a, il intervient structurellement dans la praxis analytique d’une manière soumise parce qu’un analyste ne peut s’empêcher de donner une importance « primaire » à ce qui s’appelle la relation d’objet. Pour donner une illustration à ceux qui n’auraient jamais entendu parler de cela, nous pouvons nous référer à un « objet », le sein maternel, que tout le monde connaît, au moins vaguement, par son sens, par ce qu’a de doux la même utilisation du mot « sein » ; le sein gonflé, turgescent, rempli de lait, constituant un signe fantasmatique, prend une valeur plus ou moins érotique ; en revanche, d’autre part, cette valorisation érotique du sein reste assez mystérieuse, étant donné qu’il ne s’agit pas du sein maternel mais du sein en lui-même. Je dis que c’est « mystérieux » parce que c’est un organe qui, après tout, dans son esthétique est peu tenu pour assumer une valeur érotique particulière. L’analyse a éclairé tout cela, en se référant à quelques phases du développement, à la valeur privilégiée que cet objet a pu acquérir pour le sujet dans sa phase infantile. Mais si nous nous référons à d’autres objets également connus bien que moins agréables, toute l’analyse de la structure, c’est-à-dire des constantes signifiantes à la base desquelles se trouve la fonction (qui est secondaire par rapport à la structure), toutes les incidences multiples, répétitives qui déterminent qu’on ait continuellement recours à cet objet, démontrent clairement qu’on ne peut expliquer de quelque façon que ce soit sa présence véritablement dominante dans la structure subjective, lui attribuant seulement une valeur liée à la génesis. Parler de fixation, comme cela se fait dans quelques secteurs particulièrement rétrogrades de la psychanalyse n’est pas satisfaisant, parce qu’on en est arrivé à constater que, quelle que soit l’importance théorique qu’on attribue à ce concept, selon l’intérêt plus ou moins grand pour les formulations théoriques (même dans le cas où l’on est très éloigné de ma formulation théorique particulière, qualifiée de structuraliste), le rapport de l’objet révèle une valeur si prévalente, de façon consciente ou inconsciente, qu’on arrive à démontrer la nécessité de cet objet. Lequel n’est sans doute pas un objet comme les autres, et la dialectique de l’objectivation et de l’objectivité, bien qu’ayant toujours été liée à l’évolution de la pensée philosophique, toute seule ne suffit pas à l’expliquer. D’une certaine façon, cet objet est essentiellement un objet perdu. Et ce n’est pas seulement mon style en particulier, mais tous les styles qui se sont manifestés tout au long de l’histoire avec l’étiquette d’un maniérisme déterminé – ainsi que l’a théorisé d’une manière éminente Góngora, par exemple – qui sont une façon de prendre cet objet en tant qu’il structure le sujet qui le motive et le justifie. Naturellement, sur le plan littéraire, cela exigerait d’énormes développements que personne n’a encore faits ; mais au moment où je fournis la formule la plus avancée de ce qui justifie un style déterminé, je déclare aussi sa nécessité devant un auditoire particulier, celui des analystes. J’ai systématiquement promu quelques formules de mon propre style pour ne pas éluder l’objet ; ou plus exactement, je me sens plus à l’aise dans celles-ci, pour m’adresser, au niveau de la communication écrite, au public qui m’intéresse, celui des analystes. Cette simple note suffit pour souligner qu’il ne s’agit pas d’éluder une chose, qui dans notre cas spécifique est le complexe ou, en dernière analyse, une carence ; en tout cas, l’ellipse n’est pas la moelle de ce style mais autre chose à quoi nous introduit le terme « maniérisme » que j’ai utilisé auparavant ; dans ce style il y a d’autres choses – d’autres modes indépendants de l’ellipse – et puis je n’ai rien d’elliptique, bien qu’il n’y ait pas de style qui n’impose l’ellipse puisqu’il est vraiment impossible de rien décrire sans ellipse. La tentative que « tout soit écrit », si elle était réalisable, donnerait lieu à une inintelligibilité absolue. Pour cela, cette espèce de reconnaissance que je fais de la relative difficulté de mon style, je ne la souligne pas trop, puisque l’expérience me démontre que, étant donné que je n’ai pas obtenu de former (et le terme est exact) un auditoire, qui serait dans n’importe quel cas un auditoire de pratiquants, dans la mesure où je ne les ai même pas formés pour la compréhension des catégories qui ne sont pas usuelles, mes articles peuvent paraître obscurs à première vue. De plus, les premiers articles qui figurent dans ce livre, même s’ils pouvaient paraître obscurs au moment de leur première publication dans des revues, en général, quelques années plus tard ne devenaient pas seulement compréhensibles pour tout le monde, mais aussi de compréhension facile. On peut observer que dans le fond, ils contiennent des choses qui se transmettent au niveau du style. C’est pour moi une confirmation. Je vous ai donné une réponse difficile, mais je ne vois pas de raison de vous en donner une autre, puisque celle-là est exacte.
Selon vous, quel rapport y a-t-il entre la relation d’objet et les relations entre les sujets (intersubjectives) ?
Évidemment, cet objet particulier que j’appelle objet petit a n’acquiert pas son incidence dans l’intersubjectivité mais au niveau de ce qu’on peut appeler la « structure du sujet », en gardant présent que le terme sujet s’articule et se définit au moyen de liaisons déterminées formalisables selon lesquelles, à son origine le sujet est effet du signifiant. C’est l’incidence du signifiant qui constitue le sujet, au moins le sujet défini, articulé dans l’incidence dans laquelle il est intéressé, c’est-à-dire le sujet qui nous est nécessaire pour donner lieu à la réalité. Parce que c’est l’ordre qui détermine l’inconscient. Dans la mesure où nous demandons d’un sujet qu’il ne nous porte pas à des métaphores banales ni aux franges de l’erreur pour définir l’inconscient, cette structuration du sujet nous oblige, pour le dire ainsi, à ne pas le considérer tissé de la même « toile » que l’objet petit a. « Toile » est un terme qu’il faut entendre littéralement. Par principe nous nous référons ici à quelque chose qui nous a induit à construire ces dernières années une topologie. Par conséquent, le rapport de l’objet ne se situe pas au niveau de l’intersubjectivité en tant qu’elle reste, par exemple, impliquée dans la dimension de la « réciprocité » (dans la psychologie de Piaget, l’intersubjectivité est absolument fondamentale et transcendantale). Il a été utile de commencer par déterminer la sorte de forme, de modèle grossier dans lequel s’articulait la pensée des « analystes médecins » (qui sont des gens, je peux l’affirmer, « à qui il manque beaucoup de dimensions de culture »). Dans la période de l’entre-deux guerres, on a introduit la notion d’intersubjectivité comme une espèce de barrière de fumée, ou comme un pont vers ce qui est un problème d’un autre genre, pour ceux qui ont pris la peine de lire Freud : celui de la structure intrasubjective. Mais précisément le terme, dès qu’il oppose inter et intra, peut nous conduire à une voie sans issue, à des identifications approximatives ; par exemple à considérer les structures comme celles que Freud a introduites avec tant de précision, de nuances et avec tant de finesse, qui sont celles que nous nous proposons d’élaborer, à considérer le moi, l’idéal du moi, le surmoi comme des unités autonomes fonctionnant à l’intérieur d’on ne sait quel système, peut-être d’un « milieu commun » pas mieux identifié (et qu’il conviendrait d’appeler « sujet »). Et nous voyons aujourd’hui ceux qui, à cette occasion, pensent qu’ils font progresser la psychanalyse, en les appelant, selon le contexte anglo-saxon, self. Il est utile de promouvoir des structures infiniment plus complexes qui permettent de rendre compte du résultat de l’analyse. Quoi qu’il en soit, ils ne pourront de quelque façon se fonder sur le concept de « totalité » que quelques auteurs, et des auteurs célèbres et même ingénieux dans le domaine psychanalytique, ont promu pour donner des preuves de je ne sais quelle sorte d’ouverture mentale, ou pour mettre « à la page[1] », à la mode, quelques idées qui dans le domaine phénoménologique sont plus ou moins dans l’air. En réalité il n’y a rien d’aussi contraire à l’expérience spécifiquement analytique, et aussi apte à la fois pour occulter sa véritable originalité. En un mot, la relation d’objet se situe, non sur le plan intersubjectif, mais sur celui des structures subjectives, qui seraient en tout cas celles qui nous conduiraient aux questions de l’intersubjectivité.
En parlant de relations intersubjectives je me référais, plus qu’à Piaget, à la troisième partie de L’Être et le Néant de Sartre (que vous citez dans un essai). C’est-à-dire que je me référais surtout au sens de « dialectique existentielle » et de « regard objectivant ».
Comme j’ai pu le signaler en parlant du terme intersubjectivité, en ce qu’il se réfère à la structuration subjective, on pourrait articuler de façon assez précise ce qui sépare ma « formalisation » de la « formalisation » du jeu des consciences de Sartre (bien qu’il n’accepterait probablement pas le terme de « formalisation »). J’ai indiqué que ce texte sartrien est extraordinairement riche en synthèses brillantes et suggestives, par exemple du « vécu » dans le rapport sadique, et en général d’un type déterminé de rapports qualifiés de « pervers ». À partir du point de vue clinique, il serait très facile de démontrer que tout cela est simplement faux, parce qu’il ne suffit pas de faire une espèce de production synthétique, une synthèse artificielle de quelque chose sur quoi les données de compréhension se trouvent on ne sait où, sans doute d’une introspection propre. Il ne suffit pas, disais-je, de reconstruire correctement la structure. Par exemple, cette forme de viscosité, au niveau de quelques intentionnalités corrompues dont parle Sartre, ne fait pas partie, de quelque façon que ce soit, de ce qu’on peut observer chez les sadiques authentiques.
En un mot, c’est de la littérature.
Une littérature très séduisante, stimulante, extraordinaire et qui sert en vérité à suggérer l’exigence de son contrôle ; c’est-à-dire que c’est une espèce d’initiation, une expérience exemplaire.
Mais quand elle se contrôle on découvre qu’elle est fausse.
Oui et pour qu’on puisse l’expliquer, on a besoin d’une structuration très différente.
Votre reproche se limite-t-il à L’Être et le Néant ou pensez-vous qu’il peut s’étendre d’une manière générale à la portée phénoménologique du problème ?
Vous voyez, je ne peux faire aucun reproche global à la phénoménologie ; la phénoménologie peut être très utile selon à quoi elle s’applique. D’autre part, on peut dire qu’il y a autant de phénoménologies que de phénoménologues. Mais je me réfère maintenant à la phénoménologie qui se profile dans quelques chapitres de L’Être et le Néant, et dans ceux dans lesquels Sartre essaye de saisir une expérience vive comme exemple d’érotisme pervers. Le résultat a une grande qualité et justifie en cela qu’on doive recourir à une formalisation qui ne se limite pas au registre de l’intersubjectivité de L’Être et le Néant.
Vous vous êtes référé à la relation qui nous lie au sein maternel, relation qui a été analysée par Melanie Klein et ses disciples. Quel jugement mérite cette école post-freudienne ? Quel sens a son « retour à Freud », si on prend en compte que vous ne rejetez pas en bloc les apports successifs aux formulations freudiennes ?
En nous référant à Melanie Klein, nous ne pouvons parler d’aucune façon de psychanalyse post-freudienne, à moins que nous ne donnions au préfixe « post » un sens purement chronologique. « Post-freudien » veut dire qu’on est arrivé à une étape ultérieure, de la même manière qu’on parle d’une époque post-révolutionnaire (que personne n’a encore vue). On peut dire : la révolution est finie et les problèmes qui se posent sont d’une autre nature ; mais nous sommes très loin de cette situation. Melanie Klein se maintient sur le bord de l’expérience freudienne et le fait que cela ait suscité des polémiques avec Anna Freud ne veut pas dire qu’elle n’était pas freudienne, et presque plus freudienne que l’autre. En soi, la psychanalyse de l’enfant est un domaine qui présente des difficultés de relation très spéciales par rapport à la psychanalyse freudienne. Nous pourrions dire que l’anna-freudisme est ni plus ni moins que l’introduction massive d’une structure pédagogique à l’intérieur de l’expérience spécifique analytique, en revanche Melanie Klein conserve la pureté d’une telle expérience, au même niveau de la psychanalyse infantile.
Utilisez-vous le terme « pédagogique » dans un sens éthico-formatif ?
À proprement parler non, plutôt dans le sens d’une investigation qui tiendrait aux fondements, aux techniques, aux procédés qui ont une finalité normative, qui font passer l’expérience vive de l’enfant par une série de phases typiquement éducatives. Ces finalités structurent l’expérience directe d’Anna Freud. Melanie Klein maintient chez l’enfant la pureté de l’expérience et centre sa recherche sur la découverte, sur le sondage et sur la manipulation du fantasme. Il est indubitable qu’elle a fait de véritables découvertes qui peuvent s’appeler post-freudiennes dans le sens où elle se sont ajoutées aux expériences de Freud. Mais, d’autre part, il est aussi indubitable qu’elle les a exprimées en termes qui sont théoriquement attaquables car en un certain sens, elles restent trop fixées à son empirisme et ne peuvent assumer toute leur situation exacte. Ainsi, la façon dont Melanie Klein théorise la fonction du fantasme dans ses étapes primitives, selon tout ce qui se réfère au corps de la mère et à l’inclusion précoce de l’Œdipe comme tel dans les fantasmes du nouveau-né, la seule chose qu’on puisse dire est qu’il s’agit de théories tellement insoutenables qu’elles en arrivent à inspirer du respect. Je veux dire que ça devient admirable que ces phénomènes l’aient obligée à forger des théories impensables et qu’elle ait accepté de les forger, puisqu’en définitive, les théories doivent se soumettre aux faits. Évidemment, plus tard, les théories se font plus intelligibles et convaincantes par l’intervention de celui qui théorise. Mais avant tout il est utile de préciser, comme le fait Melanie Klein, la donnée observée, bien qu’au niveau de l’empirisme, « une donnée ne se définit pas de soi-même » (cela nous entraînerait loin). En d’autres termes, les fruits de l’expérience de Melanie Klein et de son école ont porté leur résultat.
En tout cas, un résultat freudien.
Certainement. Et parfaitement intégrable en termes freudiens. Bien que je ne m’en sois pas occupé d’une manière spéciale.
Voyez-vous dans la psychanalyse post-freudienne des apports qui ne soient pas de Freud ?
Beaucoup. Par exemple la psychanalyse appliquée aux perversions. Je veux dire qu’on doit considérer post-freudienne la véritable structure des perversions comme telles. Quelques phénomènes très élaborés, comme la fonction de l’objet transitionnel découverte par Winnicott, sont des éléments absolument positifs qui ont été introduits dans l’expérience et qui ont une fonction très précise dans la théorie. Il y a de plus un grand penchant, sans doute post-freudien, à investiguer la psychanalyse de la psychose. Mais nous allons constater que ces investigations deviennent plus efficaces quand on leur applique des instruments proprement freudiens.
D’autre part, avec votre « retour à Freud », vous mettez implicitement en garde contre les auteurs, les livres, les théories qui, selon vous, corrompent le sens originaire du freudisme.
Je pourrai donner de nombreux exemples.
Citez m’en quelques uns.
On sait que la plupart de mes armes se sont brisées contre les cercles dirigeants de la Société Psychanalytique Internationale, et ils m’ont mis dans une situation très spéciale après la guerre. Mon opposition est catégorique, agressive, et elle s’accentue face à une théorie et une pratique totalement centrées sur les doctrines appelées « du Moi autonome », qui donnent à la fonction du Moi le caractère d’une « sphère sans conflits » comme ça s’appelle. Ce Moi, en substance, en vient à être le Moi de toujours, le Moi de la psychologie générale, et par conséquent rien de ce qui peut se discuter ou se résoudre à son sujet n’est freudien. Simplement c’est subrepticement et autoritairement une manière de ne pas inclure la psychanalyse dans la psychologie générale comme on le prétend, mais de porter la psychologie générale au terrain de la psychanalyse, et en définitive de lui faire perdre toute sa spécificité. Je me vois ici dans l’obligation de faire un résumé un peu précis. Je ne peux pas insister sur ce que représente le groupe de New York, constitué de personnages venant directement du milieu allemand – Heinz Hartmann, Loewenstein, Ernst Kris (qui est mort) – lesquels, pour le dire ainsi, se sont servis de la grande diaspora nazi pour imposer en Amérique, avec toute l’autorité qui dérive du fait de provenir de cet endroit digne d’honneur, une chose absolument appropriée à une société qui, dans ce domaine, attendait que les Mages l’impressionnent. Ils ont même rencontré d’excessives facilités pour leurs théorisations, des sillons trop tracés par une tradition pour ne pas en tirer des bénéfices extraordinaires de caractère personnel. En un mot, il s’agit d’une trahison très claire de ce qui continue d’être les propres découvertes de Freud.
Mais quand on parle de psychanalyse en Amérique, les non-spécialistes pensent surtout à d’autres représentants. Par exemple à Marcuse et à Norman Brown.
Marcuse est une personnalité culturelle très sympathique et ingénieuse. Sans avoir une authentique autorité scientifique, basée sur une expérience psychanalytique personnelle, il a eu l’audace d’imaginer et de soumettre à jugement les pratiques et même les principes de notre société au niveau, pour le dire ainsi, d’un éros plus sain. Il faut reconnaître que ses doctrines n’ont pas une grande importance au point de vue spéculatif. Il est certain qu’en suivant cette direction il a pu développer des analyses particulières et proposer des perspectives éclairantes pour expliquer certains aspects de notre pratique sociale, et spécialement dans le domaine des coutumes, et avec une certaine mesure quand il aborde le problème de l’érotisme. Ce sont des théories très intéressantes sur le plan descriptif, mais qui ne conduisent ni à une analyse structurale authentique ni à aucun résultat utilisable dans la transformation de certains aspects de notre civilisation.
Notre civilisation semble chaque fois plus conditionnée par une série de procédés inertes, et aussi par un certain ton diffus, pour le dire ainsi, grâce à une espèce d’économie de l’érotisme ; éléments régis par des lois qui sont très loin de pouvoir être individualisées par de simples spéculations théoriques.
Croyez-vous alors que la tentative d’appliquer la psychanalyse à la civilisation et à l’histoire (à l’anthropologie, en suivant les traces de Géza Roheim) est vouée à l’échec ?
Non, mais il conviendrait d’examiner les choses à un niveau plus radical, même si ce n’était que pour comprendre le sens dans lequel on peut exercer quelque contrôle sur les phénomènes, sur le plan de la collectivité.
En se basant sur Totem et Tabou et Moïse et le monothéisme, voyez-vous la possibilité d’appliquer le freudisme sans que cela soit une pure élucubration théorique ?
C’est très possible, mais pas d’une manière immédiate.
Que pensez-vous de Norman Brown ?
Brown est un bon exemple de comment faire une œuvre parfaitement aérée, saine, efficace, intelligente, révélatrice, avec la seule condition qu’un génie non prévenu (en effet, Brown ne s’était jamais occupé de ces thèmes) se donne la peine de lire Freud, de la même manière qu’on lit d’autres choses quand on ne s’est pas abêti au préalable par des mystifications de basse vulgarisation. Par exemple, il y a des gens qui parlent de Darwin sans l’avoir jamais lu : ce qu’on appelle communément « darwinisme » est un tissu d’imbécillités dans lequel on ne peut dire que les phrases citées soient extraites de Darwin, mais qu’elle ne sont pas plus que quelques phrases cousues, avec lesquelles on essaye de tout résoudre, et dans lesquelles on décrit la vie comme une grande lutte dans laquelle tout fonctionne par la prédominance du plus fort. Il suffit d’ouvrir Darwin pour se rendre compte que les choses sont un peu plus compliquées. De la même manière qu’il y a une lecture de Freud, celle qui s’enseigne dans les instituts de psychanalyse et qui implique de lire Freud avec une certaine garantie d’authenticité. Et cependant, le nouveau venu qui obtient une bourse d’études de la W. W. L. pour écrire quelque chose sur Freud – évidemment quelqu’un qui ne soit pas stupide – écrit tout à coup un livre révélateur. « Voilà ce que veut dire Brown. Ça et rien de plus ».
Dans vos Écrits figure un essai important consacré au « temps logique », la question du temps est en général une question clef de vos recherches. Pourriez-vous résumer les termes de votre questionnement ?
Je suis encore très loin de pouvoir l’aborder comme je pourrai le faire dans le futur avec toute l’ampleur que cela implique. La question du temps me touche de très près, en premier lieu parce que, comme tout le monde sait, je fais un usage très variable de la référence temporelle. Par exemple, je ne me soumets pas au standard temporel qu’on a l’habitude d’utiliser d’une manière stéréotypée dans la pratique psychanalytique.
Dans quel sens ?
Dans le sens chronologique et thérapeutique. Je veux dire que les psychanalystes ont l’habitude de faire durer les séances 45 minutes, puis ils s’arrêtent. Le fait que la majeure partie des analystes suivent ce critère, comme une référence basique sur laquelle on doit travailler, sans qu’il n’existe aucune possibilité de la discuter, est un phénomène très curieux. Je pense que l’analyste, au contraire, doit conserver sa liberté, entre autres choses pour faire une séance courte ou prolongée selon ce qui lui convient.
C’est-à-dire de cinq minutes à trois heures.
Oui. C’est lui qui doit décider le pourquoi. Même quand on a allégué de nombreux arguments sur cette question, ça reste incroyable, exorbitant qu’il faille offrir des preuves concluantes. En tout cas, ceux qui pensent, Dieu sait pourquoi, que le standard doit être de 45 minutes, invariable et obligatoire, devraient être ceux qui justifient cette invariabilité. Mais en revanche, ils n’ont pas pu donner d’explications claires de « tous le font ainsi ». Cette coutume a été copiée, transcrite de Freud qui cependant quand il l’a transmise a pris bien soin de signaler ses réserves en disant plus ou moins : « je fais ainsi parce que ça m’arrange et si un autre veut suivre un autre critère plus pratique pour lui, il peut le faire tranquillement ». Ce n’est bien entendu pas la façon de débattre la question parce que dire « je le fais ainsi parce que ça m’arrange » n’est pas un argument. Freud a laissé le problème sans solution. C’est tout ce qu’il y a à dire sur le « dosage » du temps.
Mais évidemment quand vous me formuliez votre question, vous ne pensiez pas à ce « temps ». J’ai seulement voulu me référer à ce point parce que pour moi c’est très grave et je ne vois pas de raison de l’éviter, d’autant plus que personne ne l’affronte, comme si on avait peur de rester sans un terrain solide sur lequel appuyer sa pratique. Ça me gêne de l’abandonner parce que ça pourrait expliquer beaucoup de choses, mais je ne peux pas non plus éviter d’insister là-dessus parce que, souvent, quand on n’a pas pu m’attaquer sur la doctrine, on m’a attaqué sur ce terrain. En réalité, ça donne la même chose que je le fasse ainsi ou d’une autre manière, comme de toute façon, les autres aussi le font à leur manière, qu’est-ce que ça peut leur faire que j’utilise cette pratique ? C’est tellement certain que quelques personnes que j’ai formées selon ce critère ont été reçues à bras ouverts à la Société Psychanalytique Internationale, à l’unique condition de voter contre moi dans une circonstance déterminée. Cela a suffi comme autorisation totale.
Pour revenir à la question précédente…
C’est certain qu’il existe un temps qui n’est pas celui de l’inertie psychologique, ou de la transmission nerveuse, mais le temps de la transmission intellectuelle. Bien, pendant que je parle, vous employez certain temps pour vous rendre compte de ce que je dis, bien qu’il soit difficile de le mesurer. Mais ce n’est pas non plus le temps qui vous intéresse…
Au contraire ça m’intéresse beaucoup…
Oui, c’est très intéressant, mais ce n’est pas non plus le temps « analytique ». Pour mieux dire, c’est analytique dans le sens où, quand je lève un verre par exemple, je note son poids : dans ce sens ça l’est. En revanche, en se fondant sur les fonctions de l’inconscient, le temps spécifiquement structural est constitué par l’élément de « répétition ». On commence justement maintenant à explorer s’il s’agit d’une temporalité liée essentiellement à la constitution en tant que telle, à la dite « chaîne signifiante ». Nous sommes sur le plan du rythme, de la cadence, de l’interruption, des groupes temporels dans lesquels on peut faire des distinctions proprement topologiques – de groupes ouverts et de groupes fermés par exemple. Ce qu’est une phrase en soi, ce qui comporte l’unité essentielle de la phrase par le fait d’être un cycle fermé et qui a comme conséquence d’être suivie d’une application aux effets de caractère rétroactif, tous ceux-ci sont des thèmes que je pointe constamment dans la dialectique que je développe, mais que je n’ai pas isolés comme problèmes autonomes dans un chapitre consacré au problème de la temporalité, je n’ai pas plus pensé que la meilleure manière de les exposer soit « en les triant » sur la base de catégories intuitives, selon les modes de l’esthétique transcendantale. J’ai introduit une nouvelle dimension dans le temps logique, celle de la « précipitation identificatoire », comme ce qui s’autodétermine dans le fond et qui ne peut s’exercer que d’une certaine manière que j’appelle le a-temps logique. Ma contribution est très originale et elle aurait pu provoquer un grand intérêt parmi les spécialistes de logique si ceux-ci ne travaillaient pas à un niveau « non saturé » comme celui qu’ils travaillent, se consacrant uniquement à la constitution de systèmes formels. Mais quand on réintroduit la notion de sujet en tant qu’elle implique la dimension du sujet freudien dans sa reduplication profonde et originaire, la division inaugurante qui est celle du sujet comme tel ne pourra être établie que par le rapport entre un signifiant et un autre signifiant qui est la conséquence rétroactive du premier ; de fait, le sujet proprement dit est ce qu’un signifiant représente pour un autre signifiant. C’est là que réside, que s’inaugure le fondement propre de la subjectivité, dans la mesure où on peut déduire la nécessité d’un inconscient non transposable en tant que tel, d’un inconscient qui ne peut être vécu d’aucune manière sur le plan de la conscience. Quand ces choses auront été théorisées adéquatement, c’est-à-dire quand on aura mis en évidence la « structure topologique », nous pourrons établir avec une plus grande liberté les bases d’une logique pré-subjective, à savoir une logique qui surgit sur la frontière de la constitution du sujet.
Plus simplement, cette structure est-elle une vérité plus près du temps ?
Non. Je ne pense pas qu’on puisse l’interpréter ainsi. Moi aussi je pense que la vérité est toujours incarnée. Le cadre de la vérité et celui du savoir ne commencent à se différencier que lorsque en vérité le verbe « se fait chair ». La vérité est ce qui résiste au savoir.
Par conséquent, pour vous, la vérité n’est pas une chose qui se situe dans le temps.
Non. Je ne peux concevoir un cadre de la vérité que là où il y a une chaîne signifiante. S’il manque un lieu où puisse se manifester le symbolique, rien ne peut se proposer comme vérité. C’est le réel, avec toute son opacité et avec son caractère d’impossible essentiel, et ce n’est que quand nous entrons dans le cadre du symbolique que peut s’ouvrir une dimension de n’importe quelle sorte. La vérité peut difficilement être qualifiée de dimension parce que, dans le fond, tout ce que nous disons est vérité dès qu’on le dit comme vérité ; y compris dans le cas où il y aurait une nuance de mensonge, il ne s’agit pas exactement de mensonge justement parce qu’on le dit comme vérité. La vérité n’a aucune sorte de spécificité.
Ni sur la plan méthodologique ? Quand vous introduisez vos trois registres – symbolique, imaginaire, réel – ne pensez-vous pas qu’ils correspondent à trois ordres de l’existence ?
Depuis longtemps. Bien que je croie que, en toute probabilité, le symbolique est parfaitement perceptible et même qu’il est préfiguré dans le réel. Je ne pars que de ces trois registres parce qu’il me semble qu’il est indispensable de les séparer au niveau de la praxis analytique. Si au niveau de ma praxis analytique on ne fait pas de distinctions entre ce qui se réfère au symbolique, à l’imaginaire et au réel, on tombe immédiatement dans toutes les vieilles idées mystiques, à savoir que le symbolique est la nature qui se met à chanter, que déjà depuis l’époque des premières amibes on attend l’événement que l’homme se convertisse en pensée pure, en un mot, sur les mythes qui sont toujours sur le point de se réintroduire dans notre expérience analytique pour la faire céder à la fascination et aux séductions des métaphysiques plus utilisées, qu’il n’est plus nécessaire de combattre mais de mettre entre parenthèses pour analyser correctement ce qui arrive au niveau de notre praxis. Au niveau de notre praxis tout fonctionne dans l’ordre symbolique, et nous pouvons observer qu’il est impossible que surgisse rien de vrai des mots, surtout des mots dits dans ces conditions. Par conséquent si quelque chose surgit de véritablement efficace, manier la parole veut probablement dire agiter un registre important qui normalement ne se conduit pas d’une manière rigoureuse. En un mot, ça veut dire qu’on fait intervenir tout ce qui est plus proprement originaire dans le cadre du langage. Il est certain que le langage est une chose déjà structurée, Sartre aime à le définir comme le pratique-inerte, ça fait partie de sa philosophie, je n’y vois pas d’inconvénient. Mais il est extraordinairement nécessaire de souligner que les structures fondamentales du langage – celles qu’on trouve au niveau de l’analyse linguistique très moderne, par exemple celles de la formalisation logique – deviennent les coordonnées qui permettent de situer ce qui arrive au niveau de l’inconscient, c’est-à-dire permettent d’affirmer que l’inconscient est structuré comme un langage. Et il ne s’agit pas d’une analogie, je veux plutôt dire que sa structure est exactement la même que celle du langage. Cela semble bien sûr évident pour ceux qui prennent la peine d’ouvrir une œuvre de Freud. Quand il fait une analyse de l’inconscient, à n’importe quel niveau, Freud fait toujours une analyse de type linguistique. Freud avait inventé la nouvelle linguistique avant qu’elle ne naisse. Vous me demandiez en quoi je me distingue de Freud : en ceci que je connais la linguistique. Lui ne la connaissait pas, il ne pouvait donc pas savoir que ce qu’il faisait c’était de la linguistique, et la seule différence entre sa position et la mienne s’appuie sur le fait que moi, en ouvrant un de ses livres, je peux tout de suite dire : c’est de la linguistique. Je peux le dire parce que la linguistique est apparue quelques années après la psychanalyse. Saussure a commencé peu après que Freud, dans L’interprétation des rêves, a écrit un véritable traité de linguistique. Voilà ma « distance » par rapport Freud.
Est-ce pour cette raison que dans la conclusion au fragment de votre Conférence de Vienne, qui a été publié dans La Quinzaine, vous déclarez : « si vous voulez en savoir plus, lisez Saussure » ?
Exactement. Mais prenez en compte que le fragment que vous citez et avez lu dans La Quinzaine ne peut pas être séparé de son contexte, comme cela arrive avec les livres sacrés. Ce n’est pas moi qui ai séparé ce fragment. Ils l’ont fait alors que j’étais en Amérique et ils l’ont donné en pâture au public. Entendons-nous, ce n’est pas que ça me déplaise parce que je pense que c’est un texte bien écrit, mais on ne peut le séparer de son contexte. Replacez-le dans Choses freudiennes et vous verrez le sens que ça prend.
Vous utilisez souvent des termes musicaux, comme « registre » et vous dites que le logos doit s’incarner.
Un moment. Quand nous parlons de vérité au niveau psychanalytique, ce n’est pas à propos du langage mais de la vérité. En psychanalyse, la vérité c’est le symptôme. Où il y a un symptôme, il y a une vérité qui fait son chemin.
Mais où il y a symptôme, il y a langage.
Absolument d’accord. Mais j’ai pensé un instant que vous me parliez de la vérité comme si je m’étais référé à la Vérité…
Non, non. Je pensais que ce que vous disiez (et c’est un thème central dans tous vos écrits) c’est que ça ne sert pas à grand chose de chercher une sortie qui ne soit pas seulement une empiria, comme pour les recherches de Melanie Klein, et en même temps que le logos ne soit pas séparé de l’empiria. Pour donner un exemple, je pensais à la musique, qui est un son et à la fois structure, voie de sortie et ce à quoi se référait Kant avec la notion de schéma transcendantal.
Si vous voulez… C’est ça, pas plus. En d’autres termes, je fais attention aux données structurelles. Mais je dois préciser que dans le terme « donnée » il y a déjà le terme structure et que dans n’importe quel domaine scientifique, les données sont prises en considération à l’intérieur du cadre d’une structure : il n’y a pas de données brutes. Une donnée est quelque chose qu’on recueille dans le cadre d’une « transparence » (comme vous avez dit, je ne rejette pas ce terme bien qu’il ne me soit pas familier).
Par conséquent, vous imposeriez ainsi les rapports entre le « vécu » et le « logique » ?
Je pense que la substance du vécu est le logique et que ce fameux « vécu », au fond, est une notion… comment dire…
Abstraite ?
Bon, jusqu’à un certain point, oui. Mais ça se prête à toute sorte d’abus.
Dans la mesure où vous vous référez à une chose ineffable, inexprimable en termes logiques ?
Je suis disposé à admettre l’ineffable, nous vivons dans l’ineffable. Mais si c’est ineffable, nous n’en parlons pas. Prenons comme exemple le désir – il y a toute une dialectique du désir et de la demande –, ça n’a pas d’importance que ça ne puisse être articulé au niveau phénoménologique, ça fait lien absolument : il n’y a rien d’aussi insistant que le désir. Il s’agit de savoir à quoi ça sert. Je vais jusque là : j’ai une théorie qui explique à quoi sert le désir. C’est une passerelle qui nous permet de grimper et de surpasser les limites fixées par le principe de plaisir. Mais ça ne suffit pas que le désir ne soit pas ineffable par nature – et vraiment il n’est pas ineffable depuis le moment où il ne cherche rien d’autre que sa propre théorisation : on fait mille choses pour suggérer ce qu’est notre désir –, disons inarticulable dans sa spécificité pour tous : le fait qu’il ne soit pas articulable n’implique pas qu’il ne soit pas articulé, au contraire il est suspendu dans des articulations qui surgissent ailleurs, au niveau de la demande.
Il fait partie d’un système.
Exactement. Je le répète : le fait qu’il ne soit pas articulable ne signifie pas, comme on le pense conventionnellement, qu’il ne soit pas parfaitement articulé. S’il n’était pas articulé, nous ne pourrions rien en faire. La vieille notion de « tendance » serait alors appropriée. Cela démontre et justifie avec des bases biologiques la diversité radicale entre le désir et ce que nous pourrions appeler « la voie de l’instinct » (si elle existe). De plus, cela nous permet de mettre en doute, par effet d’une sorte de rétroaction, au niveau biologique, les prétendues « fonctions instinctives ». Personne ne prend la peine de les discuter parce qu’elles doivent exister, étant donné qu’elles fonctionnent. Mais ce n’est pas un argument valable : elles pourraient « fonctionner » pour beaucoup d’autres raisons.
Ainsi, pensez-vous que la dimension de l’instinct est réductible ?
Je n’en arrive pas là. Mais j’observe que si nous faisons une étude scientifique du comportement des animaux, c’est-à-dire si nous nous consacrons à l’éthologie, nous arriverons à instaurer des catégories fondées dans des corrélations précises : nous pouvons, par exemple, susciter une conduite grâce à certaines reproductions élémentaires qui servent d’« hameçon » : il suffit d’agiter en l’air un morceau de tissu qui ressemble à la tête d’un oiseau de proie pour que les poules se mettent à crier et se cachent. C’est ainsi que nous étudions l’étiologie animale. De là à dire qu’il existe un instinct de fuite face à l’oiseau de proie, il n’y a qu’un pas. Il est nécessaire d’apprendre à mettre en doute, non la nature, mais le fait de pouvoir en parler avec une tranquille désinvolture sur le plan scientifique.
Niez-vous dans ce cas l’existence de l’« instinct » ?
Plus personne n’y croit plus, dans aucun domaine
scientifique, sauf quelques psychanalystes particulièrement rétrogrades. Freud
par exemple n’a jamais parlé des instincts. Il a toujours parlé des pulsions. Je vous conseille de relire
les pages de Freud consacrées aux pulsions : vous verrez qu’il s’agit
d’une chose aussi peu « naturelle » que peuvent l’être les
« collages » des surréalistes. Je veux dire que les quatre éléments
que Freud distingue dans les pulsions – source, poussée, objet et
fin – ne peuvent être plus hétéroclites et hétérogènes entre eux. On
comprend maintenant combien c’est grave d’avoir traduit le terme allemand Trieb par
« instinct » : Trieb n’a
jamais signifié instinct. Et ça ne peut pas servir de prétexte de dire que dans
la langue française il n’existe pas d’autres termes pour le traduire, sauf le
dissonant « pulsion ». On a trouvé mieux en anglais, drive, et en italien (et en espagnol) impulso est meilleur que pulsion. Mais
aucun de ces termes n’arrive à donner le sens adéquat de Trieb.
Pour en revenir au problème du temps, je ne sais pas si vous connaissez les Investigations logiques d’Husserl. Pensez-vous que ce type d’investigations nous intéresse ?
Un peu.
Parce que là aussi se pose le problème du temps au niveau de la constitution.
De toute façon, regardez. On pourrait dire, et on a dit, et c’est écrit de la plume de Freud, que l’inconscient ne connaît pas le temps car par sa répétition et son insistance il fait dans un certain sens devenir « le désir indestructible » – et c’est la dernière phrase de L’interprétation des rêves. Par conséquent l’inconscient est quelque chose qui « insiste », qui vient des profondeurs du passé, que rien ne peut dans un certain sens ni satisfaire ni modifier : c’est un élément complètement paradoxal, qui semble aller contre toute référence biologique. L’insistance dans la répétition inconsciente est une chose qu’il faut réélaborer dans les catégories du temps, qui est différent du simple fluide temporel et qui nous permet peut-être de donner au temps une valeur aussi radicalement originaire que dans les Investigations logiques d’Husserl.
Je n’ai jamais dit que le temps était inaliénable. À ce propos, je recours fréquemment, et ça m’est très pratique, à ce petit article sur le Temps logique que vous avez vu dans mes Écrits (vous allez vous amuser quand vous le lirez). Je m’en sers toujours comme d’un ustensile rudimentaire mais nouveau qui s’applique assez bien à sa fonction. Je ne prétends naturellement pas avoir fait toutes les constructions nécessaires. Si, comme on dit souvent, « Dieu me prête vie », il me reste beaucoup à faire parce que beaucoup des points clé de ma théorie ne sont pas encore résolus. Il est certain que l’idée de système ne me semble pas étrange, c’est juste que je n’essaye pas de constituer un système fermé, chose qui, d’autre part, ne m’aurait pas permis de revivre le sens de l’expérience freudienne. Je dois avouer que l’inconscient dont je dois m’occuper comme théorique est aussi l’inconscient personnifié des résistances des psychanalystes à l’inconscient. De fait, toutes les évolutions post-freudiennes (dans le sens chronologique) de la psychanalyse sont la conséquence d’un grand rejet de l’inconscient.
Un phénomène historico-culturel en définitive ?
Oui. Un phénomène que je me suis vu obligé d’affronter, spécialement dans la phase que nous pourrions appeler de la « découverte du sujet » qui est tellement essentielle dans notre science qu’elle n’aurait peut-être jamais surgi sans avoir situé correctement le sujet. De la même manière que le cogito cartésien a été un moment essentiel dans le développement de la science, la phase de la découverte du sujet, à un autre niveau, de l’imaginaire, je l’ai qualifiée de « stade du miroir ». Pour moi, ces références ont un caractère biologique. Je veux dire que, si vous lisez bien mon petit article, intitulé précisément Stade du miroir, vous verrez que le fondement de la capture à travers l’image spéculaire, à travers l’image du semblable et son caractère de cristallisation captivante, ce qui s’appelle la « cristallisation narcissique de l’homme », se trouve dans un fait biologique, liés aux faits biologiques que Bolk a décrits comme prématuration de la naissance, comme, pour le dire ainsi, retard, maintien de la constitution anatomico-embryonnaire, chez l’homme vertébré. L’écorce cérébrale est une écorce embryonnaire, et elle est spécifique dans l’anatomie de l’homme. Le « stade du miroir » se comprend dans une acception biologique.
Puisque nous sommes sur ce terrain, pouvez-vous éclairer ce que vous entendez exactement par « décentrement du sujet » ?
Je n’ai jamais utilisé cette expression. Comme Freud, j’ai parlé de Spaltung, de division du sujet.
Mais en travaillant cette théorie, beaucoup l’entendent comme un « décentrement » substantiel. Sartre, par exemple, dans l’entretien qu’il a donné à la revue Arc.
Je le sais. Il s’agit en réalité d’un « se scinder ». Je me suis servi, comme toujours, pour énoncer ces théories, de mon expérience clinique. Il n’est pas utile de recourir à Freud pour se rendre compte du phénomène par lequel un sujet est capable d’avoir deux authentiques séries de défenses en un seul point d’importance capitale, desquelles l’une dérive du fait d’admettre ce point comme résolu dans un certain sens, et l’autre série, exactement parallèle à la première, se situe dans un sens diamétralement opposé. Chaque série a sa prolifération propre. Cette expérience est tellement courante qu’on peut dire que c’est la base même de ce qu’il y a de plus fondamental chez l’homme, la « croyance ». À la fois la croyance c’est toujours ne pas croire en quelque chose. Cette « scission » du sujet, absolument essentielle pour lui, est tellement liée à notre expérience quotidienne qu’il vaudrait peut-être la peine de promouvoir une typologie qui l’explique. C’est ce que j’essaye de faire et j’ai cristallisé autour d’elle toutes mes références (par exemple ce que j’ai appelé la bande de Moebius et qui permet d’expliquer des choses très intéressantes). Jusqu’au point où je me demande si je ne suis pas en train d’arriver à la vraie substance du phénomène.
Supposez-vous que c’est surtout votre conception du sujet qui a suscité tellement de polémiques et tellement de résistances sur votre pensée ? Que pensez-vous des controverses dont vous avez été le protagoniste ?
On pourrait probablement se dire que la consistance, et le retard, de mes constructions théoriques est en rapport avec les conflits et avec les luttes historiques que je me suis vu obligé de soutenir. Je ne me réfère pas ici à Heinz Hartmann et aux autres, ce ne sera pas moi qui vais les sortir de leurs fauteuils si confortables de New York. Ce n’est pas lui le vrai adversaire « culturel » de mes théories : ce sont mes propres disciples. Je vous assure que c’est avec eux que je dois me battre, vous ne vous imaginez pas les réactions personnelles que suscitent en eux mes efforts pour arriver à ce qu’ils travaillent et comprennent quelque chose, pratiquement ce sont les problèmes de cet ordre qui m’absorbent. Vous diriez peut-être qu’il s’agit d’obstacles « culturels », mais je préfère dans le fond les appeler « historiques » avec la venue de Sartre, lequel s’imagine… Oh, c’est incroyable. Dans son entretien publié dans l’Arc, on lui demande : « Voyez-vous une aspiration commune dans l’attitude de la génération plus jeune par rapport à vous ? ». Réponse : « Une tendance générale dominante (parce que le phénomène n’est pas général) est celle du rejet de l’histoire ». Mais l’histoire s’identifie-t-elle avec Sartre ? On peut trouver beaucoup d’observations sur l’histoire dans mon livre. Je suis un historien plus radical que beaucoup qui se proclament eux-mêmes ainsi, avec la différence que l’Histoire, la Grande Génésis pseudo-marxiste qui leur sert de guide et toutes les bêtises de ce genre, me font rire. J’ai vécu suffisamment pour voir surgir des choses que personne n’aurait été capable d’imaginer, le nazisme par exemple. Choses auxquelles ceux qui se nomment eux-mêmes les cultivateurs de l’Histoire, avec toute sa prosopopée, avec tout son « bagage », avec toutes ses « clés interprétatives » n’ont même pas pu donner un début d’explication. Ne me parlez pas de l’Histoire divinisée. S’il y a une muse complètement dépassée, c’est Clio.
Quelle est votre position par rapport aux relations entre psychanalyse et morale sociale ? Dans vos Écrits il y a un article de criminologie « Introduction théorique aux fonctions de la psychanalyse en criminologie » qui me permet je pense de poser le problème.
Pendant toute une année j’ai dirigé un séminaire consacré à l’Éthique de la psychanalyse. Moyennant l’introduction de l’expérience psychanalytique – du désir inconscient, par exemple – j’ai essayé de faire des recherches sur les problèmes éthiques en termes nouveaux par rapport aux positions éthiques traditionnelles. Ainsi j’ai pu énoncer quelques thèses, comme celle de la dimension « entre-deux morts », complètement originale, et dans laquelle je définis les formes de comportement irréductibles à la simple manipulation de l’expérience psychanalytique. En me basant sur la théorie que vous appeliez tout à l’heure du « décentrement du sujet », j’ai essayé de faire quelque chose de semblable à ce qu’a fait Aristote, avec le même sérieux : j’ai essayé de refaire l’éthique en suivant un procédé analogue (par l’expérience) à celui de l’Éthique à Nicomaque. Il serait un peu difficile de vous présenter un catalogue de ce que j’ai fait pendant un an de conférences. Je peux vous dire que ça a donné lieu à un volume qui, à l’époque, a été accepté par les Presses Universitaires de France. Je ne l’ai pas laissé publier car j’ai pensé que c’était prématuré : de l’avis de quelques amis, les théories déterminées que je soutenais là pouvaient empêcher mon entrée à la Société Psychanalytique Internationale. L’entrée m’a été de toute manière défendue, mais au moins je peux dire que ce ne fut pas à cause de cette publication. Je le publierai tôt ou tard, peut-être avec retard, mais vous savez déjà que j’ai un critère très particulier sur le temps. Ma vie, comme celle de beaucoup de gens qui ont fait quelque chose, a été une longue et patiente attente. Le texte de l’Éthique de la psychanalyse a en réalité été rédigé par un de mes élèves, et c’est un résumé complet de mes cours. Il ne correspond cependant pas exactement à mes positions actuelles et j’espère donc avoir le temps un jour ou l’autre de le réécrire. Malgré tout, cette Éthique de la psychanalyse, qui sortira prochainement, consiste en un séminaire, comme ceux que je dirige chaque année, d’une trentaine de conférences très élaborées, chacune dure deux heures et leur contenu est transcrit intégralement par une sténotypiste puis tapé à la machine : nous verrons quelles réactions elle suscitera. Elle peut évidemment intéresser un public assez large, mais elle se développe sur un plan rigoureusement psychanalytique, en fin de compte seuls les psychanalystes seront donc les dépositaires de ce qu’elle peut contenir de vérité.
Quelles devraient être, selon vous, les principales conséquences d’une application radicale de la psychanalyse à la morale objective, à la morale sociale ?
Je n’ai jamais dit qu’il s’agissait d’une morale sociale.
Je l’appelle ainsi pour la différencier de la morale des intentions, du sens de culpabilité, etc.
Je ne pense pas que la psychanalyse arrive à éliminer le sens de culpabilité.
Non, c’est certain, mais il ne s’agit pas de cela.
Mais je veux le préciser, parce qu’il y a beaucoup de gens qui pensent que la psychanalyse va libérer l’humanité de la culpabilité. La culpabilité, cher ami, c’est la principale protection contre l’angoisse. Et comme ça marche très bien comme ça, ce serait une véritable erreur de renoncer à elle.
Mais quels vont être les effets éloignés d’une psychanalyse freudienne appliquée correctement à la criminologie ?
Dans le petit rapport que vous citiez tout à l’heure, j’ai dessiné les contradictions actuelles de la criminologie. On les doit en grande partie aux manipulations du délit, à travers lesquelles se manifeste l’insuffisance des institutions en vigueur, qui arrivent à l’extrême de ne pas savoir reconnaître l’autonomie de la dimension délictueuse. En ne sachant pas le juger, on se confie au psychiatre, à qui ne revient pas de juger, et par une espèce de contre-sens permanent on finit en utilisant ce que dit le psychiatre. Comment s’en sert-on ? De la manière qui semble la meilleure. Ainsi quand un « délit » semble trop grand, pour ne pas épouvanter tout le monde, on condamne sans pitié, bien que le psychiatre ait dit qu’il s’agit d’un irresponsable (entre autres raisons parce qu’il y a toujours d’autres psychiatres qui déclarent qu’il est responsable). En d’autres termes, un arbitraire total règne pour le moment. Et dans le fond c’est ce que je voulais dire dans ma description de la criminologie.
Vous ne prétendez pas avoir résolu quoi que ce soit.
Non. Absolument pas. Il me suffit de signaler qu’il existe des problèmes qui empêchent totalement le maintien de limites aristotéliciennes déterminées. Même pour la mentalité commune, il y a une série de comportements qui restent exclus du domaine de la morale, par exemple les perversions plus graves, celles qui appartiennent à la sphère de la « monstruosité » ou de la « bestialité ». Mais il ne s’agit absolument pas de cela : même dans les perversions, nous sommes conditionnés par le fait d’être des individus parlants, ce qui implique une extension de la rationalité malgré tout. Et c’est ce qui caractérise pour l’instant la psychanalyse : cela étend le domaine du rationnel. Ce qui ne signifie pas que toutes les équations ont été résolues, mais seulement qu’il existe certaines perspectives, qu’il faut tenir en compte, en se servant des moyens forts, même dans une humanité qui commence à se rendre compte de ces choses. Elles dépendent de facteurs éloignés de la rationalité, qui concernent davantage le cadre des institutions, ou qui affectent des éléments qui tendent à se considérer comme les plus nobles et qui en réalité sont les plus obscurs : par exemple la préoccupation pour l’autonomie personnelle, le statut personnel. Plus nous entrons dans ce cadre structural particulier, plus nous devenons timides. Vous pouvez être sûr que si quelque chose de révolutionnaire se fait dans ce domaine, ce ne sera pas à travers la connaissance psychanalytique. La connaissance psychanalytique peut préparer le terrain, mais les transformations arriveront par d’autres chemins, plus inertes, c’est-à-dire qu’elles se produiront à travers de nouvelles formes de « nous contraindre » à ce à quoi nous obligera le développement de sciences. S’il y a quelque chose qui puisse forcer à modifier les coutumes, c’est le développement des sciences. Quand il y a aura des choses qui ne seront pas seulement transmises mais qui se convertiront en jouissance commune au niveau des choses communes – comme c’est arrivé avec la télévision et avec d’autres découvertes techniques de ce genre, ou comme le fait que rien ne pourra arriver dans un coin du monde qui ne soit immédiatement transmis à tout le reste – la réforme nécessaire des coutumes aura lieu au niveau de phénomènes comme ceux-ci. Mais cela ne veut pas dire que quelques vieilles structures seront à nouveau réorganisées, elles peuvent même rester fortifiées. Nous voyons par exemple ce qui arrive dans l’Église Catholique. Je ne pense pas que la vieille Église Catholique soit réellement morte, et je pense qu’elle saura très bien se servir de quelques innovations, et même qu’elle arrivera à obtenir de souligner quelques aspects de sa « sagesse » décrépie. Comprenez que je travaille dans un petit domaine, en me servant d’une praxis très précise, et en voyant les effets qu’elle produit sur tout le monde et en particulier sur ceux qui la pratiquent. Je dois établir un nombre déterminé de rapports avec une rigueur semblable à celle des systèmes logiques. Il s’agit apparemment de petits sentiers qui ne peuvent pas nous emmener très loin et qui, en revanche, mènent plus loin que ce qu’on pense. Le principe auquel je veux me soumettre est celui qu’exprime la formule de Freud : « la voix de la raison est basse mais elle dit toujours la même chose ». Peut-être vous semblera-t-il que je m’amuse en faisant des filigranes, mais ce n’est qu’un expédient pour réveiller les gens : pour nous les psychanalystes, cette dimension du réveil est absolument primaire, entre autres raisons parce que l’expérience nous l’enseigne. Enfin même chez l’homme qui se pense plus « rationnel », le symptôme a quelque chose de somnolent que nous devons transformer en un signe du réveil. Cela nous impose une vigilance extrême et un travail constant.